Estas palabras pueden salvar del fracaso a muchos matrimonios. Son el resumen de los cuidados que hemos de prestar a esta planta delicada de la relación conyugal. ¡amarse! Casi le parece un insulto a un recién casado que se le aconseje el amor. Y, sin embargo, muchos matrimonios fracasan por no fundamentarse en el amor, sino en el atractivo físico o en un cariño fantasmal. Amaban en la otra persona una idea que ellos mismos se habían forjado. Pasa el tiempo y se dan cuenta de que aquella persona ideal no existe; su cónyuge no es una fantasía; es real.
Me decía un amigo, y lo he constatado con mi propia experiencia: - A los cinco años de casado sufrí una fuerte crisis. Descubrí que mi esposa no era como yo creía. ¡Cuántos defectos para mí molestos e incómodos! No me callé. Hablé con ella largo rato, y con mucha delicadeza, de mis temores hacia sus defectos. Ella me descubrió su corazón, sus luchas sus propósitos, sus caídas, sus deseos de cambiar. Ella también había visto en mí lagunas, y el desengaño comenzaba a anidar en su corazón. Yo también le abrí y mostré el fondo de mi ser, indigente como el suyo. Nos abrazamos. Desde entonces brotó un nuevo amor, más profundo. Nos queremos según somos. Pero trabajamos por ser mejores.
Aquellos primeros amores del noviazgo son como la semilla. Hay que regarlos y cuidarlos, como a planta delicada; calentarlos y protegerlos. Yo me doy cuenta de que el egoísmo es un peligro al amor; lo ahoga. Para el egoísta el amor a una persona es sinónimo de "me gusta", la necesito, me sirve. Y así se ahoga el amor. Si tienes este problema, has de dar un viraje de ciento ochenta grados para salvar tu matrimonio de una ruina total.
Los celos: otro vicio que corroe el amor. Nacen de la desconfianza. Con los celos no se puede vivir. A veces son una verdadera enfermedad mental obsesiva, y se necesita ayuda de una tercera persona par salvar este bache de consecuencias fatales en el hogar.
La rutina, la brusquedad, la falta de ternura, son enemigos del amor. Ya hay que acrecentar la ternura y la delicadeza, porque el amor que no se cultiva, se desgasta y marchita. El ingenio de cada uno puede descubrir centenares de detalles que rigen día a día el jardín de mi intimidad.
Las esposas suelen fomentar lo estético en el hogar, y eso también es amor. Comienzan por acicalarse a sí mismas, después se meten con la casa; y si son de gran finura espiritual, cultivan su temperamento y carácter en aras de una belleza superior, la del alma, la de la virtud. Pero no solo la mujer debe dedicarse al adorno del hogar, a la limpieza y a la perfección. Las virtudes no tienen género; también el varón ha de procurar fomentar todo cuanto supone belleza, orden y armonía exterior e interior.
Honrarse es respetarse mutuamente en palabras, en el tono de la voz, en gestos. Es admirarse mutuamente. ¿A quién hemos de honrar más que al propio cónyuge, que a lo largo de los años sigue queriéndonos más que el primer día? Y... perdonarse. No decline el día sin haberse perdonado mutuamente los que conviven en el hogar. "Así como Dios os ha perdonado, así vosotros perdonad". (Ef. 4,32). Y el perdón, hasta llegar a olvidar las injurias.
J. M. Lorenzo
José María Lorenzo Amelibia
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