Me preocupa desde hace ya bastantes años la virtud de la humildad. ¿Te das cuenta que todos los libros de espiritualidad nos ponen esta virtud, junto con la caridad, como la más importante? Antes yo no estaba convencido. Ahora he llegado a convencerme y a la vez a apreciar la gran dificultad de ella.
Admiro a los santos en este aspecto. Cómo han vivido a tope la humildad. San Ignacio de Loyola decía que si se dejara llevar de su fervor y deseo, andaría por las calles lleno de lodo y emplumado para ser tenido por loco; pero la caridad que tenía de ayudar a sus prójimos le retenía este gran afecto a la humildad por no caer en tal desprestigio que le impediría hacer el bien a sus semejantes.
Y si profundizamos en otros santos, piensan de modo parecido. Vale, pues, la pena amar las humillaciones que nos vienen encima en vez de rebelarnos contra ellas. Y si nos duelen o nos saben malas, mejor. Señal de que necesitamos más la humildad.
El P. Rodríguez sigue mereciendo la pena. Desde el año 87 en que lo desempolvé, le voy sacando chispas. No hace mucho leí el tratado de la Humildad. Me llenó de alegría en muchos detalles. Ahora recuerdo de uno.
Nos insiste en que si nos llenamos de satisfacción cuando estamos en plenas facultades y podemos hacer algo positivo por los demás, ¿por qué cuando Dios no nos da fuerzas o talento para esas cosas, no nos hemos de alegrar porque aprovecha a nuestra alma para la humildad? Lo mismo alegrarnos cuando estamos enfermos, incluso cuando no servimos humanamente para nada y hemos de estar en un rincón o en la cama. Nos dice Rodríguez que esta humildad puede ser para más provecho nuestro que pudiendo ser un gran predicador. La razón principal es que Dios quiere en esos momentos para nosotros la postración.
¡Cuánto merece la pena tener esto en cuenta para los días de enfermedad o inactividad forzada! Nada, que incluso en las peores circunstancias, humanamente hablando, los santos son los hombres más felices. ¡Qué difícil es la virtud de la humildad! Delante de Dios no cuenta tanto. Pero delante de los hombres... Cuantas veces delante de Dios digo que no soy nada, que solo tengo de mí el pecado, la poca generosidad... Pero a la hora de la verdad, cómo sufro ante la marginación, el desprecio. Dicen que la verdadera humildad no alardea ni aparece como echando en cara a los demás su falta. Y creo que así debe ser. Porque si uno quiere aparecer como modelo de humildad, ya no es humilde. No se puede dar entender que uno desea los últimos puestos, cuando en realidad lo llevaría muy a mal si se lo otorgaran.
San Francisco de Sales dice que el hombre humilde de verdad quiere más que otros digan de él que es miserable que no vale gran cosa, antes que decirlo él mismo. Si saben que lo dicen, no lo contradice, sino que lo sufre de buena gana porque es verdad.
Luego el humilde de verdad no es un acomplejado. Sino que cuanto más en nada se tiene a sí mismo, más se hace el atrevido porque tiene puesta toda su confianza en Dios.
A veces suelo pensar cuál debe ser mi virtud principal. ¡Claro! A priori digo: El amor a Dios y por El al prójimo. Pero me miro a í, veo lo mal que he correspondido a Dios y digo: "Si yo no soy digno de amar a Dios." ¿Cómo voy a ser digno? Y por lógica me inclino a la que ahora me parece la virtud principal: la humildad. Así ando: amor- humildad. Humildad- amor. Lo uno sin lo otro no lo puedo entender.
José María Lorenzo Amelibia
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