¡Imposible ser soberbio!
Enfermos y debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
¡Imposible ser soberbio!
Hace ya muchos años era costumbre generalizada decir en momentos de duelo: “¡No somos nada!”. Frase que va desapareciendo en la actualidad por demasiado manida, pero entraña una gran fuerza verbal para expresar lo poco que nos separa entre la mayor dicha y el mayor desastre. Contentos marchamos de vacaciones en el verano, mas para muchos aquello terminará en una calamidad.
Humildad
José Manuel era hombre inteligente. Con 33 años dirigía un equipo de informáticos; era padre de familia con una hija, encanto del matrimonio. Parecía que la vida le sonreía. Cuatro años más tarde no reconoce a nadie; el Alzheimer ha hecho presa en él; apenas puede expresarse y sin ninguna esperanza de recuperación. Es como un niño, pero con una hija y un pasado brillante. En poco tiempo se ha convertido en un ser del todo dependiente, incapaz de tomar decisiones. Tan sólo emplea en su lenguaje con algún monosílabo para relacionarse. Ha dejado la difícil tarea de dirigir un equipo de informáticos, cuando la vida le sonreía.
Podíamos citar decenas de casos similares al de José Manuel; vidas truncadas en plena juventud a causa de un accidente, de una enfermedad rara, de una mala suerte en los negocios. De la noche a la mañana puede dar nuestra existencia un giro de ciento ochenta grados; quedamos desconcertados, sin capacidad de reaccionar.
Incluso cuando parece que todo marcha bien, llega a estropearse nuestra máquina interior. El estrés puede dar un revolcón a nuestras vidas. Inventan métodos para curar de esta enfermedad moderna. Hace poco leía cómo ayudan a relajarse en esta dolencia mediante una cámara de aislamiento, formada por una solución de seiscientos litros de agua y trescientos kilos de sal, con una densidad parecida a la del mar Muerto. Al sumergirse en ella se pierde noción del peso y del mismo cuerpo. Algo óptimo para ayudar en esta mal. Pero ahí está; en amenaza continua para nuestra salud.
“No somos nada”, decían nuestros mayores. A pesar de todo cuesta mucho ser humilde. Quien haya pasado en su vida por algún trance de este tipo, puede reflexionar, sentirse débil, apoyarse en Dios con confianza y no creerse por encima de los demás. La madurez en una persona invita a la modestia, a la sentirse solidario con la humanidad, a la sencillez y verdadera humildad.
- José María Lorenzo Amelibia
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