Jesús, la gran esperanza del enfermo

En una ocasión me tocó ver en Sevilla la procesión de Viernes Santo. Nos encontrábamos todos los espectadores como sobrecogidos por un gran respeto y veneración. De pronto, un transeúnte, al parecer ebrio, exclama en voz alga: "¡Qué familia tan desgraciada!" Pero nadie se molestó en hacer caso de aquella impertinencia.



Esta salida de tono me ha hecho reflexionar muy a menudo. Porque los cristianos contemplamos la pasión de Jesús y nos quedamos frecuentemente allí; como si fuéramos una "familia desgraciada", cuando en realidad somos un pueblo lleno de ilusión verdadera, porque la vida no termina; se transforma en otra mejor.


¡Animo, querido enfermo, levanta tu corazón a Dios! Nada temas; el Señor está contigo.
Cuando llega la gran fiesta de resurrección, todo nos invita a la esperanza. ¡A la esperanza, sí, que es una actitud fundamental del creyente en Jesucristo!
Esta exhortación la hemos escuchado muchas veces. Ahora, en tiempo de enfermedad, es el momento de aplicarla del todo a nuestra vida. Yo, enfermo, soy hijo de Dios. El me creó para sí. La vida en la tierra es lucha y prueba, pero Dios nos aguarda en la otra orilla porque Jesús trinfó de la muerte.

Me gusta, cuando visito a un enfermo en la clínica, buscar elmomento oportuno para conversar a fondo, lejos de los tópicos comunes. Pasar del temor de la enfermedad a la esperanza de la curación, y de esto, a la total confianza en Dios, ocurra lo que ocurra. Casi siempre he salido beneficiado. He aprendido de los pacientes buenísimas lecciones. Dios da fuerza en esos momentos para mantener la moral alta, y la mirada puesta en lo único necesario.

Recuerda tus años mozos; la época en que practicabas varias veces por semana el deporte de la bicicleta o la larga carrera rítmica del "footing". Cuando llegaba la disnea, no temías; conocías por experiencia que aquello pasaría pronto, y luego experimentabas el alivio del descanso con tus músculos relajados. Era una seguridad en tus propias fuerzas. Ahora colocas tu ilusión mucho más arriba: en Dios; en Jesús que ha resucitado. Ningún mal temerás.

La esperanza es un nuevo aliento en el cansancio. Cuando
contemplamos la resurrección de Cristo, nos abandonamos a su fidelidad. El cumplirá su promesa de nuestra futura resurrección. No se trata de algo subjetivo, de "meras esperanzas", sino de una total seguridad. Esta certeza es lo que infunde aliento en nuestras vidas, cuando el cansancio del dolor nos invita a arrojar la toalla.

Pensamos muy poco en el cielo. Ahí ha de estar puesto nuestro corazón. Todo lo de aquí pasa: la enfermedad y el placer. En la casa del Padre está nuestro reposo y la felicidad eterna, junto a Jesús, vencedor de la muerte.

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