José María Díez Alegría, falleció. Actualidad.
Murió hace pocos días, próximo a los 99 años, el 25 de junio. Hijo de una familia ilustre; su padre fue director del Banco de España en Gijón. Dos hermanos generales: Luis, jefe de la casa militar de Franco y después director general de la Guardia Civil. El otro hermano, Manuel, jefe de Estado Mayor del Ejército.
Él jesuita que llegó a exclaustrarse, aunque no de hecho.
Entregado de una manera especial a la sociología. Enamorado del Concilio Vaticano II, fue asesor de los obispos más abiertos de aquellos años. Pero un libro lo le hizo famoso por todo el mundo, “Yo creo en la esperanza”, con numerosas ediciones en todas las lenguas modernas. En él existen numerosas afirmaciones atrevidas, aunque no heréticas. Denuncia sin pelos en la lengua las sombras de un catolicismo que ha actuado en muchas ocasiones como opio del pueblo. Tal vez hizo demasiadas concesiones a la teoría comunista, y tal vez por esto tuvo problemas eclesiales.
Su trayectoria fue llena de honradez cristiana; buscó el bien; la fidelidad al Evangelio; el amor a los pobres y la defensa del débil. Le encantaba Juan XXIII, como Papa sencillo, bueno, caso señero dentro de la jerarquía.
En pocas palabras: Díez Alegría fue un gran cristiano, un gran sacerdote, un hombre lleno de humanidad. Ha ayudado a que la Iglesia se vaya purificando. Todo esto es muy bueno. ¿Contras? Tal vez más que a él, se les pueda acusar a algunos de sus seguidores; se han pasado incluso en la doctrina, haciéndose progresistas poco ortodoxos. La mayor pena con relación a Díez Alegría, que los jerarcas más recientes no lo hayan tenido como consejero y asesor en muchas cuestiones. Esa es mi opinión, falible, como otras muchas. Pero estoy convencido de que es necesario tener en cuenta el criterio de los que, alejados del poder, buscan el bien, sobre todo de los más débiles.
No podríamos firmar todas y cada una de las actuaciones de José María Díez Alegría, pero en conjunto me parece un hombre digno de ser tenido en cuenta por todos los católicos. Y no hay derecho a ensañarse con él, como lo hicieron en vida los ultramontanos modernos. Fue un sacerdote crítico con ciertas maneras de vivir el cristianismo.
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