MÉDICOS DE TODOS LOS DÍAS

He conocido personas sencillas, fáciles para la amistad, que riman con el sentir de los que sufren, comunicativas. Bernabé Tierno las llama “personas medicina”; les da mucha importancia y las pone por las nubes. Tienen un carisma cuasi divino, pero no destacan por su fortaleza, sino por su bondad y capacidad de acogida.

He tratado a varios. Uno de ellos – ya se nos fue a la casa del Padre – era José María Pérez Lerendegui. Nosotros de estudiantes le llamábamos “El Curica”, porque era pequeño de estatura y todo bondad. Era una persona prudente y maravillosa; como bálsamo para quien sufre, y luz para quien está en crisis. Junto a él uno se encontraba seguro y valorado. Su mirada inspiraba paz. Su actitud siempre positiva y llena de un optimismo sencillo. Sabía encontrar disculpas para nuestros errores y perdonaba las pequeñas travesuras de sus educandos adolescentes. Era como médico de todos los días.



He conocido también otros de estilo diferente al de nuestro educador, pero verdadero lenitivo de las tristezas de cuantos a ellos acudían. Han sido para muchos paño de lágrimas, alivio de problemas del alma, refugio en días de tormenta. Su palabra es mágica; te llena de consuelo aun en los momentos más duros. Son humildes y generosos; reconocen sus propios defectos y limitaciones. En una ocasión acudí, lleno de dudas y temores, a uno de estos hombres de Dios. Me confortó mucho escuchar de su voz alguna confidencia de su vida; me indicaba que él había pasado por trances semejantes. Salí consolado. Pedí entonces al Señor ser algún día una persona con esta actitud de acogida.

Estos médicos del alma no son profesionales. No cobran nada por escucharte y te ofrecen su tiempo con generosidad. Para ellos no cuentan las horas. Muchos se han consagrado a Dios en el sacerdocio o en la vida religiosa. Me decía un amigo: “Acudí a Don X, el capellán de X, y le conté todo lo que llevaba dentro: mi matrimonio estaba casi naufragando. Gracias a su acogida y consejo continúo feliz con mi esposa. Pasaron aquellos nubarrones”.

Estas personas ofrecen con alegría dar y compartir; te entregan lo mejor de sí mismos. Son hombres y mujeres muy vulnerables; no han disfrutado de puestos de relumbrón, pero gozan del don de sabiduría, conseguida en muchas horas de oración y silencio. El Espíritu del Señor está con ellos. Aceptan la vida que les ha tocado en suerte; la han enriquecido de virtud y bondad; y de su experiencia personal dan a raudales cariño, comprensión y aliento a todos cuantos a ellos se acercan.

No es difícil encontrar almas así. A veces el Señor nos las ofrece en momentos cruciales de nuestra existencia. Tal vez tú y yo podemos ser para algunos como estos buenos samaritanos, médicos de todos los días; las “personas medicina”, llenas de ternura de las que nos habla en sus libros Bernabé Tierno.
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