MINAS QUE DESTROZAN

Enfermos y Debilidad 

MINAS QUE DESTROZAN

De vez en cuando aparecen en televisión o en las revistas los efectos devastadores de la guerra. Llena el corazón de angustia ver personas mutiladas, condenadas de por vida a la minusvalía por culpa de las armas y de las minas sembradas en todos los lugares afectados por la guerra. Hay personas que se entregan para curar víctimas del mal obrar ajeno. El doctor Gino es una de ellas.

Durante los últimos catorce años este cirujano ha realizado más de treinta mil operaciones a causa de conflictos bélicos. Las víctimas son principalmente niños, ancianos y mujeres. Decía el doctor Gino en una conferencia con emoción y tristeza: “Tuve que amputar a una joven las dos piernas. Una explosión se las había destrozado y había fracturado el brazo izquierdo. Y peor suerte tuvo su hermana. Una herida en el cerebro causada por un fragmento de metralla, la había dejado inconsciente. No pudo soportar la operación y murió”. Casos similares cientos y cientos. Y añadía el Doctor: “Lo tremendamente duro es que todavía quedarán más de cien millones de minas en sesenta y cuatro países... Hemos creado hospitales y ayudamos a minusválidos a integrarse”. Lucha Gino por conseguir la desaparición de las minas antipersona. Es un contrasentido que años y años después de haber cesado las hostilidades se sigan produciendo lesiones y muertes que podían evitarse.


En la humanitaria labor de ayudar a los mutilados por las minas se ha hecho famoso en todo el mundo el obispo jesuita español, de Asturias, Monseñor Kike Figaredo. Es un hombre de gran personalidad. Lo adoran sus fieles. Está conmovido por todo lo que ve en su diócesis de Camboya con relación a las víctimas de las minas. Y desde hace casi veinticinco años ayuda a los heridos y mutilados. Son muchos los proyectos impulsados por Mons. Kike en esta nación. Entre otros destaca la silla de madera “mecong”. Un equipo de técnicos la diseñó, con la supervisión del obispo; lleva tres ruedas con las que resulta más fácil moverse por las carreteras de tierra roja de Camboya. Y son miles las ya fabricadas para los damnificados. En la región cada día se producen dos víctimas, futuros conductores de las sillas “mecong”.

A veces nos preocupamos demasiado de nuestras pequeñas enfermedades: tensión arterial, dentadura que agoniza, el reúma molesto... Cuando nos enteramos de todo esto, hemos de salir de nosotros mismos. Sí, es necesario poner remedio a nuestros males, pero de alguna manera hemos de colaborar para ayudar a calmar tanto sufrimiento; más cuando nos encontramos con el dolor de miles de inocentes y sin medios económicos. Muchos 

José María Lorenzo Amelibia Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com             Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/

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