Para todo el mundo clerical y seglar, obispos sobre todo X  MUERTE, RACIONAMIENTO; PAVIMENTO Y MOVIMIENTO

Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

X  MUERTE, RACIONAMIENTO; PAVIMENTO Y MOVIMIENTO

- Vete que toca el tambor del pregonero - Pan, pan, parraplán.... El que echaba los bandos era el señor Castejón. Nadie obtuvo tal prestigio en su oficio. Nadie consiguió suplirlo. Era único. Paradójicamente no le oía la voz el cuello de su camisa. Todos los críos lo rodeábamos en un círculo perfecto. - El alcalde de esta ciudad de Estella hace saber: (nosotros por lo bajo: "que el que no haya comido que vaya a comer") "Se va a proceder en un racionamiento de 50 grs. de café; 100 gramos de garbanzos; 150 gramos de azúcar; medio litro de aceite; 200 gramos de bacalao. Contra el cupón de la hoja de varios. Lo que se hace público para general conocimientos. El alcalde: Nicolás Ruiz de Alda". ¡Aquel alcalde! El, su hermano y sus esposas respectivas murieron trágicamente. Eran los ricos del pueblo. Cayeron en un avión, creo que por Holanda, al mar. A los dos meses trajeron sus cadáveres en cajas de cinc. Yo cogía mis capacetas, bolsas y garrafillas para la provisión familiar da aquellos artículos vitales. El pan lo adquiríamos con puntualidad por las mañanas. Era negro, con guarnición de hilachas y algún excrementillo de ratón. Nosotros lo acompañábamos del blanco pan cocido en casa.

En una ocasión llaman a la puerta y entregan un cajón de unos cien kilos. Una etiqueta del mismo rezaba a sí: "Cuidado, armas". Mi padre nos apartó. Con precaución fue desclavándolo. Aparecieron las armas mejores... para combatir el hambre. Harina de primerísima calidad: como la misma nieve recién caída en la pradera.

Por aquella época fueron descubriendo todo el pavimento de la plaza. Había que cambiar todas las tuberías antiguas por la inminente traída de aguas de Ichaso. Aquello ya no parecía mi plaza sino la de un villorrio. Ni correr a gusto se podía. En mis saltos y carreras a menudo tropezaba con las piedras en mis rodillas. Disfrutaba lanzándome a toda velocidad por una cuestecilla muy pendiente. Mi padre que me vio me avisa: "No corras te vas a caer" Yo ni caso. Y.... ¡plaf!... como una fruta madura. El, por todo consuelo me dice: jódete: ya te lo había dicho. Mi madre me ponía un poco de yodo y alcohol y a correr otra vez tan feliz.

Colocado todo el suelo de plaza, llegaron las ferias de San Andrés. Aquello era digno de verse: las cabezas de ganado se calculaban por millares. Un viejecillo salmodiaba: Almendritas garrapiñadas, garrapinillos. Todo el pavimento era una alfombra digna de los templos dedicados a las vacas sagradas de la India. Días de sol de finales de otoño. Un charlatán colocaba su mercancía debajo de mi balcón y asomados en él pasábamos horas agradables escuchando al que se decía que iba a ser el sucesor de León Salvador. Nos divertía cuando sacaba un lagarto para atraer al publico. Masticaba cuchillas de afeitar, envueltas en un papel, para demostrar que se trataba de auténtico acero. Las carteras eran golpeadas sobre la palma de su mano mientras peroraba: "Piel de cocodrilo, legítima de Alcalá."

Una vez terminadas las ferias me encantaba transportar en una carretilla sacos de leña para calentar el fogón. Atravesaba con mi vehículo toda la ciudad de Este a Oeste: el mismo recorrido de los encierros de las fiestas. La ida con mi hermano Angel subido en el carrito. Era un juego agradable, no un trabajo.

El tres de Mayo nació mi sobrino Cruz Mari. Nos lo dijeron a la hora de comer: Acabad pronto; luego vais a "Los Pinos" que hace buen día. Mi hermana paseaba de un lado a otro de la habitación. No sé el motivo de dar a luz en nuestra casa. Cuando volvimos, al atardecer, las persianas se encontraban cerradas. Descansaban madre e hijo. Los curas salían en procesión para bendecir los campos desde el puente de San Juan. Era la fiesta de invención de la Santa Cruz. Nos dijeron que besáramos a nuestro nuevo sobrino. Como era paganito todavía resultaría bueno para el dolor de muelas de aquel beso. (?!) Cada semana bajaba yo a la farmacia a por un peso de niños y comprobaban si aumentaban los gramos del pequeño como era de ley. Otras veces subía una botella con líquido color de vino y en la etiqueta unas letras: "Veneno... Sublimado". Me daba miedo ese líquido que debía de servir para evitar la infección de mi hermana. En una de mis idas a la botica tropecé y al caer rompí el peso. Me asusté pero no me riñeron. Me gustaba mucho hacer recados. Se fiaban de mí. Era yo el que mas encargos hacía. Subir el pan, traer el racionamiento, cerillas, vino, sifón, cobrar el cheque, llevar mondaduras de patatas a las vacas de Abascal, comprar alpargatas... El descanso de mi madre atareada con tanta labor del hogar. Me solía premiar con alguna moneda en cada recado: hasta treinta y cinco céntimos conseguí ciertos días.

Paquito era el otro sobrino un año mayor que Cruz. Nació en Canarias y a los tres meses vino con sus padres. Llegó desnutrido : parecía que su muerte era inminente. A base de harinas lacteadas logró hacerse un niño rollizo. Era de natural simpático y por eso deleitaba a todos. Se entendía muy bien conmigo desde pequeño.

Cruzmari fue creciendo despacio. Mi padre lo libró de la muerte. Una nata del biberón le hizo atragantarse hasta la asfixia. Ya se estaba poniendo morado. El crío se ahogaba. Su madre se ponía nerviosa. Afortunadamente llego mi padre y con cuidado introdujo su dedo en la garganta del niño produciéndole el vómito. Todo terminó bien.

Aquello produjo en mi un trauma.Siempre tenía miedo de asfixiarme al comer. En cierta ocasión al no poder tragar se me produjo un falso ahogo. Estaba solo nadie que me ayudara. Me salieron hilachas del embutido por la nariz.

Cuando comía carne fibrosa lo pasaba muy mal por esta razón; no me atrevía a darle paso hacia el esófago. Por eso después de masticarla y semi triturarla la ponía en la mano y la arrojaba debajo de la mesa. Mi madre nunca supo cuál era la causa de que yo tirase tales bocados. Creía que era por mi falta de apetito o por el disgusto de tales viandas. Un pudor especial me obligaba a ocultar la realidad.

A pesar de ser miedoso siempre fui decidido. Sabía dominar mis temores y con frecuencia demasiado. No dudaba en pelearme con los mayores aunque saliese perdiendo. Mi hermano me defendía, pero después me propinaba algún mojicón como escarmiento.

humano. En el muslo sentí un dolor exactamente igual que el producido por la punta de un cigarro encendido. Remango mi pantalón y sale volando una avispa. Los consejeros infantiles me recomendaron el mejor remedio contra las picaduras de abejas, el barro. No duró mucho el escozor aunque sí la hinchazón.

Junto a nosotros se encontraba el famoso pintor Gustavo de Maeztu. Bohemio, calado con una visera, acompañado de hombres que nada tenían que ver con la aristocracia de la ciudad, todas las tardes se sentaba junto a la taberna de Oría para beber unos grandes vasos que llamaban "comandantes". Admirábamos a aquel hombre famoso y sencillo. Los "grandes" de Estella no le hacían caso. Murió de una tisis galopante. Don Miguel, celoso párroco le ayudó a dar el paso y le debió de costar porque decía: "En cuanto me cure tengo que marchar a Alemania". Sí, marchó a un país más lejano.

Comienzo a familiarizarme con la muerte desde que abro los ojos con la conciencia. No me daba sensación de tragedia; tampoco me parecía lo más natural del mundo. Simplemente una curiosidad no agradable. Mi plaza de Santiago me presentó las dos primeras visitas poco halagüeñas de esta amiga. Un guardia municipal sorprendió a un perro rabioso vagando por las calles. Le dio alcance en  los soportales cercanos a mi casa. En el momento en que disparaba su pistola contra el animal peligroso recibió una pequeña dentellada. No hizo caso a la herida y a los pocos días moría con espantosos dolores aquel valiente agente del orden. desgracia: - Dicen que los que "rabian" ladran como los perros. - A mí me han contado que pocos días antes de contraer la enfermedad ven el rostro del perro que les mordió reflejado en el agua. - ¿Sabes?: cuando traían a casa al alguacil que hoy hemos enterrado, le han puesto una inyección para que muera y no sufra más... Aquel entierro resultó impresionante. Envuelto al ataúd en la bandera nacional, todo el pueblo acompañó el cuerpo del héroe con emoción.

Cerca de nuestra casa había un enfermo grave. El balcón de nuestra cocina se encontraba frente a la ventana en cuyo interior yacía Pitágoras agonizante. (Así llamaba mi padre a aquel hombre pequeño y enjuto). Todos los días nos interesábamos por su salud. Se oían quejidos que nos llenaban de pena. El tiempo es bueno y sólo nos separa de él la anchura de la calleja de unos seis metros. Una tarde le llevaron el Santo Viático. Las luces de las velas iluminaban en resplandor ondulante. El sacerdote con la Sagrada forma en su mano decía: - ¿Crees en Dios Padre Todopoderoso? La voz forzada de "Pitágoras" decía: - Sí creo. - Perdonas de corazón a los que te han ofendido. - Sí perdono. Sí perdono. Sus palabras eran cada vez mas débiles. Horas después nada se le oyó. Nuestro vecino había dado el paso a la otra vida.

Angelín tenía un amigo con el que salía mucho. Se llamaba Carlitos, hijo de la señora Angeles, amiga a su vez de mi madre. Chaval aquel de un humor extraordinario. Vestía un chaquetón de cuero a prueba de porrazos. Se sentía orgulloso con tal prenda que le hacía invulnerable. - Pégame en la espalda todo lo fuerte que puedas. No me haces ningún daño. Brutos los mozalbetes le propinaban fuertes golpes con la mano abierta; él reía. Aquel niño cayó enfermo. Decían que se le aparecía la Virgen. Hablaba como un santo de la otra vida. Consolaba y animaba a sus padres. Nosotros pasamos por su casa. Su rostro pálido y la inmovilidad absoluta del que era todo nervio y movimiento nos demostraba que Carlitos no estaba ya en el mundo de los vivos. Su padre, profundamente religioso, se encontraba sereno y nos explicaba detalles de su enfermedad y su santa muerte. Más tarde un capuchino escribió un libro sobre él que se titulaba: "Se lo llevó la Virgen". Lo tengo en mi biblioteca.

Otras dos personas más vi muertas: Un niño tuberculoso, Landa, de mi clase, y una monja de San Benito. La curiosidad de ver la muerte en concreto había desaparecido.

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.

Autobiografía.

 José María Lorenzo Amelibia                                         Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com              Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/  Puedes solicitar mi amistad en Facebook https://www.facebook.com/josemari.lorenzoamelibia.3                                          Mi cuenta en Twitter: @JosemariLorenz2

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