María Luisa Zancajo, enferma ejemplar

Probablemente no serán muchos los enfermos que hayan oído hablar de María Luisa Zancajo. Y merece de verdad la pena conocer la vida de esta santa mujer que ha vivido del todo en nuestro siglo.


Fue María Luisa una niña enferma; una mujer minusválida; y a los 42 años, con una muerte temprana, dejó este mundo como estrella fugaz, llena de luz. A pesar de sus limitaciones físicas merece la admiración incluso de las personas más sanas y virtuosas. Con santa envidia podemos contemplar a esta señora fuerte en su gran debilidad.

A los dos años la parálisis infantil la deja inválida de las dos piernas; a los siete, le ataca el tifus y es internada en el Hospital Provincial de Madrid. A los doce, la someten a nueve operaciones de piernas con la esperanza de hacerle andar; a los trece, mientras está recuperándose de las intervenciones quirúrgicas, cae enferma de difteria. Catorce años tiene y se encuentra aquejada de úlcera de estómago, se le fractura la pierna, y, en el colmo de desdichas, a los quince, contrae una meningitis tuberculosa de la que sana milagrosamente.

¡Basta, basta, que ni Job en persona ha podido sufrir más!

Por si fuera poco, en su largo tiempo de internado recibe
desprecios, humillaciones y malos tratos, calumnias y ofensas por parte de compañeras que llegan a abofetearla. Pero Mª Luisa no se desalienta. Es como el trigo molturado en el molino del Divino Panadero. Y los diecinueve años escucha la voz del Señor que le pide se consagre a El. Un mes más tarde se ofrece ella misma como víctima a Jesús para compensarle de alguna manera en los dolores de su pasión. en el silencio y en la soledad, el Señor actuó en su vida.

En su niñez reunía Mª Luisa a sus amigas y les leía libros
espirituales, instándoles al amor a Jesús. Su fuerza interior le venía del contacto continuo con Dios nuestro Padre común.
Con esta preparación en el dolor, con esta serie de carencias, escucha de nuevo la voz del Señor, que le pide a sus 29 años una fundación. Se llamarán "Las Misioneras de la Caridad y la Providencia." Se dedicarán a colegios, orfanatos, asilos y hospitales. Profesarán con un cuarto voto: víctimas de amor.

María Luisa comienza a animar a otras chicas. Se unen cinco en el proyecto y viven con ilusión y alegría una gran obra que continúa hoy con pujanza por todo el mundo.

La experiencia cristiana nos va demostrando de continuo que Dios en su Providencia no necesita de lumbreras para transformar el mundo. el escribe derecho con líneas torcidas. El Señor precisa para su obra que nos pongamos en sus manos, confiemos, nos entreguemos a El sin reservas. Después viene todo lo demás: la transformación interior; la audacia santa.

Jamás desalentarnos.

Si no eres capaz de responder al cien por cien a la acción de
Dios en tu enfermedad, pero lo haces al veinte o treinta, algo se conseguirá en la transformación del mundo. Los grandes motores de nuestra Iglesia no son los teólogos, ni siquiera la jerarquía. Quienes mueven de verdad la gracia sobre el Reino de Dios son las almas santas muchas veces ignoradas. Enfermos, contemplativos, ancianos, que se ofrecen como víctima de amor. Porque el amor no sólo alivia el dolor, transfigura el mundo.


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