LOS NIÑOS DE LA LLAVE

¡Menudo problema tenemos hoy con los niños de padres separados, divorciados o simplemente de aquellos progenitores que apenas paran en casa fuera de los fines de semana! Tan grande es la cuestión que psicólogos, pedagogos, sacerdotes y los mismos padres afectados andan de cabeza. Se trata de una epidemia moderna que más vale prevenirla que buscar soluciones a posteriori. A estos chavales de entre nueve y dieciséis años que viven en una especie de soledad familiar se les denomina “Los niños de la llave”.



Un día el padre o la madre entrega a su hijo de once años la llave de la casa, con cierta solemnidad y confianza, en la seguridad de que nada malo le va a suceder. Y sí, en apariencia reaccionan bien los niños, no son objeto de robos, ni arman jaleo en el domicilio, pero allí están solos, en una época en que la presencia de sus progenitores es del todo necesaria. ¿Qué sucede? De momento nadie lo advierte, pero a la larga aparecen los malos efectos. Se quejan los profesores del fracaso escolar de estos alumnos; se descubre con frecuencia en ellos un estado de ansiedad que ha de ser atendido por psicólogos o psiquiatras; muchos son cada vez más tímidos, poco sociables, con dificultad para el trato con los compañeros; van creando en sí mismos cierto hábito de aislamiento... Pueden parecer más valientes y autónomos, pero su personalidad no madura de manera satisfactoria.

Los divorcios proporcionan estas amargas consecuencias. Y el problema se acrecienta de año en año. Mientras en el año 2000 se daba en España un 0,9 por mil de divorcios, después de la dañina ley del 8 de julio del 2005, ha subido esta plaga social a algo más del 3,2 por mil; la mayor de Europa. Aumentan en número los niños de la llave. No solo la separación de los esposos causa este daño psíquico en los chavales. También los padres demasiado laboriosos, demasiado ocupados en trabajos, deportes o reuniones de cualquier tipo producen estos efectos negativos en los suyos. El hijo necesita de los dos, del padre y de la madre, aunque sea ya mayorcito. Precisa de la suave vigilancia, del consejo: sentir cercanos a los dos, cuando salen por la tarde del colegio.

¿Queremos soluciones? La mejor es prevenir. Buscar entre los cónyuges el diálogo tranquilo, apreciar juntos la necesidad que los niños tienen de la presencia de los padres. Sé que es fácil decirlo, pero difícil llevarlo a la práctica. El muro de la incomunicación se eleva muy a menudo entre aquellos que un día se dieron el “sí”, pero después se encierran en el propio egoísmo. Hoy más que nunca necesitamos consejeros de familia: personas neutrales, bien preparadas, dispuestas a escuchar y a ayudar a resolver estos problemas, antes de que ocurra lo de “los niños de la llave” o algo parecido. Y la pareja ha de tener el suficiente valor, interés y humildad para acudir al especialista y seguir su consejo al respecto. Lo exige el bien de nuestros hijos.

José María Lorenzo Amelibia
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