Obispos. Desahogar el alma

Recuerdo con gran emoción a aquellos curas de los años cincuenta y sesenta, cuando venían al Seminario con la fuerza de un huracán; yo era entonces filósofo. Nos hacían vibrar con ansia de santidad y de apostolado. Ojalá Dios mantenga en usted el fervor de aquellos curas. Muy a menudo, con el paso de los años, nos volvemos más críticos. Sabemos demasiado. Nos parece como algo extraño nuestras antiguas experiencia.


A pesar de todo, estoy convencido de que aquello es más auténtico, lleno de fe y de REALIDAD TOTAL, que lo que ahora podemos vivir, si no ponemos el acento pleno en el amor a Dios. A no ser que seamos de ese uno por ciento que ha seguido avanzando en las vías místicas. Yo muchas veces le digo al Señor, con lágrimas en el corazón: "deduc me in via antiqua".

Es bueno desahogar el alma con un sacerdote compañero, amigo mayor, hágalo usted también, que los obispos se encuentran casi siempre muy solos, aunque estén rodeados por muchos. En este sentido le diré que, según va pasando mi vida (cumplí ya los sesenta y cinco) la oración a Dios más lógica es la de compunción y a la vez confianza en su misericordia.

¡Tantas gracias y tan continuas de Dios derramadas sobre mí, y yo sin saber aprovecharlas... Muchos a mi edad ya eran santos de talla; ya habían pasado a la otra vida cargados de buenas obras. Javier, S. Juan de la Cruz, D. Manuel González, San Francisco de Sales y otros muchos no llegaron a los sesenta.


José María Lorenzo Amelibia

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