Te voy a comunicar algo que llevo muy hondo en mi corazón: Como a ti, me agrada dialogar con la gente sobre temas religiosos y humanos. Compruebo lo a gusto que escuchan y con cuanto interés preguntan, cuando les hablamos desde la experiencia de nuestra fe. Esto me da una alegría grande. Pero a la vez constato en muchos que desde la primera comunión no han vuelto a participar en la Eucaristía ni han recibido el perdón de sus pecados. Muchos hasta han perdido la conciencia de pecado. ¿Te acuerdas de aquello que decía Pío XII "En muchos lugares se está perdiendo la conciencia de pecado"? Ahora nosotros lo estamos comprobando.
Muchas veces me entran ganas de llorar. Pero con lágrimas nada hacemos. Menos aún haremos si nos cruzamos de brazos y nos quedamos tan tranquilos. ¡Señor, danos un poco de fuego como el que consumía a Francisco Javier como el de San Pablo!
Cristo ha dispuesto que la religión se difunda a través de nosotros. Nuestros mayores nos la comunicaron. Ellos han partido y ahora nosotros llevamos la antorcha. Querido amigo, no nos la dejemos apagar.
Tú y yo somos millonarios de la bondad de Dios y también de su misericordia. ¿Verdad que con frecuencia se siente uno estremecer ante esta sublime realidad? Pero tal vez te ocurra algo parecido a lo que me sucede a mí algunas veces: siento angustia ante mi poca operatividad. Muchas veces pienso que las palabras se las lleva el viento y hacen poco caso de cuanto les digo. Pero otras, por el contrario, noto que calan hasta el fondo del alma. Palpo la gracia de Dios y tengo que exclamar aquello de: "siervos inútiles somos."
Voy formando cada vez más en mí este criterio: Aprovechar toda ocasión para evangelizar. Merece la pena. No sólo las charlas a los soldados, sino también toda conversación posible. Cada vez la gente lleva más ganas de hablar de lo que yace en el fondo de su alma: el tema religioso. Estoy convencido: la gente se aburre con el placer y bienestar. Busca lo trascendente. Ojalá, Señor, seamos instrumentos válidos en tus manos para la conversión.
La oración y el sagrario ha de ser para mí como la comida: una necesidad. Algo sin lo cual no pueda pasar. Si un día marcho lejos y no puedo hacer mi lectura espiritual y mi oración, aunque sea por la noche, aunque esté rendido he de hacerla. Las comidas no las omitimos, las retrasamos. Pero aún debiera ser la oración más importante para todos los que deseamos avanzar en la perfección: antes dejar la cena que el rato de intimidad con el Señor.
José María Lorenzo Amelibia
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