Obispos majos

Me alegré mucho. Han hecho arzobispo de un dicasterio romano a un hombre a quien conocí hace muchos años en una visita muy curiosa. Marché con un amigo a visitarle porque – decían – tenía un cargo administrativo en un dicasterio romano, y podía dar un consejo a mi compañero en relación con una causa pendiente.


Entonces era una chaval majo, cordial, diplomático y se le veía sincero. No sobrepasaría los treinta años. Pulcro en su vestido, bien entirillado, sonriente y acogedor. Lo encontramos comiendo caramelos sugus; cuando terminaba uno, de inmediato tomaba el siguiente.

En la hora escasa que con él permanecimos dio cuenta de más de media docena. Por cierto, nos invitaba a aquel sencillo festín, pero nosotros, mayores que él, no aceptamos. Estaban en fiestas en el pueblo de sus padres y nos despidió porque había de acudir a la procesión y después a Misa. No nos solucionó el problema, pero su orientación fue clara y precisa.

Había yo olvidado su rostro, aunque no su nombre. Y cuando me enteré hace algo más de un año de que había ascendido al segundo puesto de a bordo en un dicasterio romano, me alegré. Pero a la vez me entró un cierto temor. ¿Seguirá tan majo aquel chaval , ahora que viste ya los capisayos de colorines; tan amable, sencillo, rocero y confidente como entonces?

Porque es necesario que nuestros obispos, al subir a la sede no se crean de una estirpe o clase distinta a su anterior estatus: son los mismos. Y nunca deben olvidar los días en que comían delante de sus invitados caramelos sugus, jugaban una partida al mus con los de su pueblo. Que sus mitras y báculos no se les suban a la cabeza, porque “eres polvo y al polvo has de volver”. Y estamos cansados de ver cambiar a nuestros compañeros obispos; les parece a muchos de ellos que son una casta aparte. Y no es así.
Porque cuanto más subas en dignidad, más has de bajarte para tratar a todos. ¡A comer con ellos caramelos sugus!

Y tú, querido compañero antiguo, aunque no creo que me leas, pero por si acaso te lo pido en nombre de nuestra identidad común: no te subas a la parra ni te creas casta aparte, sigue con los sugus…

José María Lorenzo Amelibia
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