De un amigo de vuestra edad

Creo que te pesará lo mismo que a mí, la Eucaristía, en su gran misterio, en lugar de servirte de prueba en la fe, se va convirtiendo cada vez más en un poderoso estímulo o aguijón. El alma goza cuando conoce una verdad oculta, cuando descubre este tesoro escondido. Cuando estamos ante estos velos que ocultan a Cristo ¡Dios y Hombre verdadero!, lo buscamos con afán, como María Magdalena cuando observó el sepulcro vacío. Es la Eucaristía para nosotros la verdad siempre antigua y siempre nueva. La gran novedad. Nunca nos acostumbramos a ella, como no se acostumbra el hombre enamorado a su mujer. Si miramos a los santos amantes de la Eucaristía como el Beato Pedro Julián Eymard o Santa Micaela, corroboramos todo esto.

A veces, cuando hablo a mis fieles o en mis clases de religión, veo que la Palabra cala y me da alegría. Otras muchas, en cambio, me da la impresión de que nada queda. Sufro. Creo que no sufro por mí. Creo que mi sufrimiento es sano. Estoy seguro de que a ti te pasará algo parecido: cuando vemos que no triunfa la causa de Dios, sufrimos con tristeza. Entonces le digo al Señor: da más fuerza a mi palabra. Más tarde me pongo a reflexionar. Me doy cuenta de que hable lo que hable, yo nada puedo hacer. Es necesario que Dios dé el incremento. Lo único que nosotros podemos lograr por nuestras fuerzas naturales es producir en el oyente una ligera emoción pasajera. Hago ahora el propósito de orar, orar mucho más antes y después de hablar. Dios ha de dar el incremento. Le conviene más que a nosotros, porque El no se contenta con aguardarnos, El va a hacerse el encontradizo con el hombre.

Bueno, querido amigo, me he embalado. No tengo remedio. Ahí te va mi felicitación navideña junto con estas ideas que han sido durante el año un poco mi experiencia espiritual.
Recibe un fuerte abrazo y hasta la tuya

José María Lorenzo Amelibia   

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