Obispos sed santos como: San Eugenio de Cartago, obispo




†: 501 Francia Memoria, 13 de julio


Hunerico, el sucesor de Genserico, permitió a los católicos elegir un obispo para Cartago, bajo ciertas condiciones. La elección del pueblo recayó sobre Eugenio, un ciudadano de Cartago que se distinguía por su saber, celo, piedad y prudencia. Eugenio se hizo querer tanto por su grey, que todos los cristianos hubiesen dado con gusto la vida por él.
Una de sus virtudes más notable era su caridad hacia los pobres, sobre todo si se tiene en cuenta la estrechez en la que él mismo vivía; pero el santo se las arreglaba siempre para encontrar bienhechores para los pobres y él mismo se privaba de todo lo superfluo para dárselo. Cuando alguien le indicaba que debía guardar algo para sí, Eugenio respondía: «Puesto que un Obispo debe dar la vida por sus ovejas, sería imperdonable que me preocupase yo demasiado por las necesidades pasajeras de mi cuerpo».
Eugenio predicó con ardor, defendiendo la fe católica con agudeza y audacia. Realizó numerosas conversiones y se hizo muy popular.

El santo tenía tal influencia sobre el pueblo, que el rey empezó a alarmarse y le prohibió predicar en público y ocupar la cátedra episcopal. También le dio la orden de no admitir a ningún vándalo en las iglesias de su diócesis. Eugenio replicó que la ley de Dios le impedía cerrar las puertas de las iglesias a quienes deseaban entrar en ellas.

Entonces Hunerico apostó un cuerpo de guardia ante las iglesias católicas y, en cuanto se acercaba un hombre o una mujer del pueblo vándalo, a los que se reconocía fácilmente por sus vestimentas y sus largas cabelleras, los guardias se apoderaban del intruso, le metían los dientes de una horquilla de madera en los cabellos, los retorcían y, mediante un violento estirón, les arrancaban el pelo y la piel del cráneo.
Así fue como se inició una violenta persecución en la que no sólo sufrieron los vándalos, sino los cristianos en general.
Al principio los perseguidores dejaron en paz a san Eugenio. Poco después, Hunerico le convocó, lo mismo que a los otros obispos católicos, a una reunión con los obispos arrianos de Cartago. San Eugenio respondió que la reunión le parecía arbitraria, puesto que los arrianos iban a actuar como jueces, y pidió que, si se trataba de una causa común, se invitara también a los representantes de otras Iglesias «especialmente a los de la Iglesia de Roma, que es la cabeza de todas». El santo añadió: «Yo mismo escribiré a todos mis hermanos en el episcopado para mostraros cuál es la fe común de la Iglesia».
San Eugenio, que había alentado a sus hermanos a sufrir por la fe, fue desterrado y ni siquiera se le permitió despedirse de sus amigos. Sin embargo, se las arregló para escribir una carta a su grey desde el exilio. «Con lágrimas en los ojos, os ruego e imploro, por el temor del día del juicio y de la luz deslumbrante que acompañará la venida de Cristo, que permanezcáis firmes en la fe. Permaneced fieles a la gracia del bautismo y de la unción del crisma. No permitáis que los que han renacido por el agua vuelvan a recibir el agua».
Y añade: «Si vuelvo a Cartago, os veré de nuevo en esta vida; si no regreso, nos encontraremos en la vida venidera. Pedid por mí y ayunad, porque el ayuno y la limosna provocan infaliblemente la misericordia de Dios. Pero, sobre todo, no olvidéis que no hemos de temer a aquéllos que sólo pueden matar el cuerpo».
San Eugenio fue trasladado a la provincia de Trípoli, donde se le confió al cuidado de Antonio, un obispo arriano que le trató brutalmente. Durante aquella persecución, los apóstatas se distinguieron por la crueldad con que trataron a los fieles.
Trasimundo, otro rey sucesor, volvió a perseguir a la Iglesia y condenó a muerte a san Eugenio; después le conmutó la pena de muerte por la del destierro en Languedoc. San Eugenio murió en el destierro en julio del año 505, en los primeros años del siglo VI, en un monasterio de las cercanías de Albi, en Francia. fuente: «Vidas de los santos», Alban Butler


José María Lorenzo Amelibia
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