Os ofrezco lo más enjundioso de la vida de este obispos santo:
SAN JUAN DE RIBERA
* Sevilla 1533 + Valencia 6 enero 1611 Su Memoria el 14 de enero.
Su padre era el conde de Molares, marqués de Tarifa y duque de Alcalá; fue además virrey de Cataluña y de Nápoles. ¡Casi nada! Era por otra parte lo que se decía entonces hijo "ilegítimo", porque el padre Don Pedro no era esposo de doña Teresa, la madre. Fue bautizado en la mismísima catedral sevillana. Pero una vez muerta la madre, don Pedro cuidó con esmero de la educación de Juan.
Desde niño era de índole bondadosa y muy inteligente. Por eso lo enviaron cuanto antes se pudo a estudiar a Salamanca. Y ya desde estudiante todos lo tenían por lo que era: un santo. Y ya en aquellos años juveniles se veía en él un claro espíritu de penitencia, dedicación plena al estudio, amor a los más pobres con quienes compartía todo lo suyo. En una ocasión hasta llegó a vender su vajilla para entregar su importe a los pobres.
Pronto se decidió por el sacerdocio. Mantuvo contacto con San Juan de Ávila; de él recibía normas de vida. ¿Cuáles eran las consecuencias de estos contactos con el santo? Se levantaba a las cuatro de la mañana; a continuación, una hora de oración mental. Se confesaba a diario para celebrar a continuación la Eucaristía.
Rezaba con los de casa el Oficio Parvo de la Virgen María y, por supuesto, el Oficio Divino. Quienes le vieron celebrar la Eucaristía nos dicen que lo hacía con suma devoción, con gran pausa, a veces derramaba lágrimas y esto ya en sus años mozos. Después, durante largo tiempo, la acción de gracias; nunca lo omitía. Más tarde, al confesionario. Era enorme el influjo que recibían de su santidad cuantos con él se reconciliaban con Dios. Y después, a estudiar. Le parecía imprescindible el estudio para él y para todo sacerdote.
Comía poco. Cuando atardecía marchaba a casa y con los suyos rezaba el Rosario. El rey Felipe II había oído hablar de este sacerdote joven tan ferviente y santo. Y lo propuso para obispo de Badajoz. Todavía no había cumplido los treinta años. Juan no podía acceder y con gran sencillez expuso al monarca que pensara en otra persona. Felipe II insta al padre de Juan y al fin hubo de recibir la consagración episcopal en el mismo lugar donde fuera bautizado: la catedral de Sevilla. ¡Tenía 29 añitos!
OBISPO DE BADAJOZ
Entró en Badajoz con muy bien pie y con mejor fama. Y ni corto ni perezoso enseguida comenzó por visitar todas las parroquias y a todos sus sacerdotes. Él iba a lo esencial: sacerdotes santos; por ahí había que empezar y continuar. Formó equipos de curas que fueran predicando por los pueblos; una especie de misiones parroquiales. Pero el obispo había de dar ejemplo: sería el primer evangelizador rural y urbano. ¡Todo! Y confesaba en los pueblos, y daba comuniones a los enfermos. No se privaba de ninguna función sacerdotal. Parece mentira como podía llegar a todo.
Y a esto acompañaba una vida llena de fervor y de amor. Era dechado de virtudes. Lo admiraban por su sencillez y modestia; porque era a la vez obispo, párroco y coadjutor; no se privaba de llevar viáticos. ¡Todo! Fue ejemplo entonces para muchos obispos de España que procuraban imitarle. ¡El bien se difunde! Y llegó a lo "más difícil todavía": las rentas del obispo comenzaron a gastarse sobre todo en obras de caridad con los necesitados. No podía permitir un lujo en su casa - no olvidemos que era de familia muy rica - mientras muy cerca había gente que apenas podía comer. ¡Hizo lo mismo que de estudiante! ¡Vender la propia vajilla!
Descansaba un poco a mediodía. Y comenzaban después las audiencias en el lugar donde estuviese. Cuando llegaba la noche daba una sencilla plática a las personas que con él convivían; y se dedicaba a la oración. Muchos días ni se echaba en la cama; dormía en una silla. Así son muchos santos. Además no se privaba de una serie de disciplinas ni del uso del cilicio. ¡Todo! También tuvo relación con otro maestro del espíritu: San Pedro de Alcántara. Y es que la santidad rara vez va sola. Los santos forman constelaciones. Crean la mejor de las "modas". Lo contrario sucede cuando los santos no abundan. Esa es la realidad gozosa o triste.
La noticia de tanta virtud llegó al mismo Papa. Y le concedió el palio arzobispal. Con solo 36 años Felipe II lo promueve entonces para Arzobispo de Valencia.
ARZOBISPO DE VALENCIA
Le costó mucho aceptar esta dignidad, entre otras cosas porque pensaba que lo mejor era que un obispo no cambiara de sede, que viviera como desposado con ella. Pero hubo de abandonar la que había sido su luna de miel del episcopado. Lo hizo con dolor propio y de sus feligreses. Y lo poco que le quedaba lo entregó a los pobres. P. 256
Quiso llevar la misma vida ascética y pastoral que en Badajoz, pero no podía llegar; por eso solicitó dos obispos auxiliares para poder así llegar hasta los últimos rincones. Pronto se dieron cuenta los valencianos de que les había llegado un arzobispo de la talla del que habían tenido hacía quince años, Santo Tomás de Villanueva. Era, sí, distinto que Tomás, mas muy parecido en su virtud, en su celo por la salvación de las almas, en su amor a los pobres. Promovió, al igual que su antecesor, la santidad de sus sacerdotes. Sabía que ahí estaba la clave de todo éxito pastoral.
Juan estuvo en todos los pueblos once veces en visita pastoral. Calculan que se aproximaban a tres mil las que realizó en todo su pontificado. Y cada dos años recibía un informe del estado espiritual de cada una de las parroquias. Celebró siete sínodos. Los sacerdote lo veneraban, lo querían, porque se hacía querer. Y por eso, le seguían y ejercían su apostolado con gusto. Supo estimular hacia el bien a todos y a cada uno de sus colaboradores. Fue – nunca mejor dicho – sacerdote de sacerdotes. Por supuesto que la niña de sus ojos fue el seminario; para ello fundó el del Corpus Christi. Verdadero cenáculo de donde salieron santos y sabios sacerdotes. Llegaron al episcopado, diez; y dos fueron creados cardenales. Pude pensarse qué amor a la Eucaristía reinaba en aquel cenobio que fue creado precisamente con nombre tan singular. Y junto a Jesús, María. Ardía Valencia en vocaciones de sacerdotes santos, enamorados del Santísimo Sacramento y de la Madre de Dios.
No entramos en otros detalles de su vida, sin duda también muy interesantes. Hay que tener en cuenta que incluso fue nombrado virrey de Valencia. Pero lo que de verdad amó él fue el sacerdocio y a las almas. Aceptó la ancianidad y la enfermedad con alegría. Desde su retiro en la humilde habitación supo dar tan buen ejemplo como en sus correrías apostólicas. Cuando le llevaron el santo Viático, salió de la cama y lo recibió arrodillado, y le pidió perdón por haberle hecho venir a su morada, en vez de haber ido él al Sagrario a recibirle. Murió el mismo día de la Epifanía. San Juan de Ribera pertenece a la pléyade de grandes santos del siglo XVI.
José María Lorenzo Amelibia
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