Comunicado del Arzobispo Emmanuel Milingo sábado, 26 de mayo, 2001. Nueva York
Como católico bautizado desde la infancia, he dedicado toda mi vida a la Iglesia. Desde mi ordenación en 1958 he llevado una vida de celibato y he intentado servir a Dios con todo mi corazón, predicando el evangelio de Jesucristo y sirviendo a Su pueblo. En ese proceso, he servido fielmente a la Iglesia Católica como coadjutor, párroco, arzobispo de Lusaka y como Delegado Especial para Emigrantes y Desplazados, entre otras tareas. En todo ello, nunca he buscado un puesto o una posición mundanos, siendo mi único deseo servir al Señor, Su Iglesia y Su pueblo.
El Espíritu Santo ha sido mi consuelo y guía, y el Señor Jesucristo y Su Santa Madre han iluminado mi camino. Le estoy especialmente agradecido al Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, cuyo estímulo, aceptación y apoyo nunca han vacilado.
Ahora, a la edad de de dedicación a la Iglesia y a mis votos sacerdotales, el Señor me ha llamado 71 años, después de toda una vida para que dé un paso que cambiará mi vida para siempre, y hará posible que sea un instrumento de Su Bendición y Su Gracia para África y el mundo, aunque también sé que también cambie mi relación con la Iglesia católica. Doy este paso sólo en obediencia al Señor Jesucristo, tras muchos días de oración y ayuno. No sufro por las opiniones de los hombres y sólo quiero hacer la Voluntad de Dios. No obstante, considero importante que mucha gente en África, en Europa y en otras partes, quienes han confiado en mi guía o han sido bendecidos por Dios mediante el instrumento de mi ministerio estén debidamente informados sobre las razones y motivos de esta acción, no sea que alguien trate de difamar o tergiversar mis propósitos para sus propios beneficios.
El domingo, 27 de mayo del 2001, seré bendecido en matrimonio con María Sung, doctora de acupuntura y una sierva amante y ferviente del Señor. Como un sacerdote célibe, el matrimonio se encontraba completamente alejado de mi pensamiento. Sólo mediante el mandato de Jesús y el asesoramiento y apoyo del Rvdo. y la Sra. Moon, doy este paso inesperado y atrevido, una decisión con la que he luchado por algún tiempo en mi corazón. A petición mía y de mi futura esposa, el Rvdo. y la Sra. Moon oficiarán la ceremonia de Bendición, administrarán nuestros votos y consagrarán nuestra unión, junto con ministros religiosos de varias denominaciones. Mis razones para obedecer el mandamiento del Señor de que sea bendecido en matrimonio son las siguientes:
I. La Palabra de Dios: El propósito del matrimonio y de la familia
Como dice Génesis 1:27: "Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza, a imagen y semejanza de Dios los creó, macho y hembra los creó...". Nuestro Señor reafirmó este pasaje cuando dijo: "No habéis leído que Dios los creó macho y hembra, y por esta razón los dos se harán una sola carne, y lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre" (Mateo 19:4-7). En ello, nos está diciendo que el matrimonio es en sí mismo el cumplimiento del propósito de la creación, ya que hombre y mujer forman la imagen de Dios, podemos reflejar plenamente Su Naturaleza sólo como una pareja. Después de crear a Adán, Dios dijo: "No es bueno que el hombre esté sólo" (Génesis 2: 18). Y su primer mandamiento fue: "Creced y multiplicaos, henchid la tierra y sometedla".
No obstante, el voto sacerdotal del celibato tiene un significado profundo en la Providencia de Dios. Nuestros primeros antepasados desobedecieron a Dios, tomando del fruto prohibido. Avergonzados de su desnudez, cubrieron sus partes bajas y se escondieron de Dios. Fueron expulsados del Jardín y su matrimonio y vida familiar no tuvo nada que ver con Dios. La humanidad ha heredado el linaje pecaminoso de estos padres caídos. Jesús dijo: "Sois de vuestro padre, el Diablo, y queréis cumplir sus deseos" (Juan 8:44). Debido al amor falso entre el hombre y la mujer desde el origen, el sendero de total devoción al servicio de Dios ha requerido que sacrifiquemos tales deseos humanos. San Pablo explicó la lucha entre servir a Dios y el matrimonio, alabando a los que "se abstengan del matrimonio" (Mateo 19:12). Jesús reconoció a los que "se han hecho como eunucos por el Reino de los Cielos" (Mateo 19:22). Por todo ello, he ofrecido mi voto de celibato con todo mi corazón.
Con la sangre de nuestro falso padre, Satanás, corriendo por nuestras venas no podemos entrar en el Reino de los Cielos a menos que no nazcamos de nuevo, recibiendo el cuerpo y la sangre de Jesús, y heredando el amor, la vida y el linaje mediante Su hijo unigénito. Por ello, he celebrado y continuaré celebrando misa todos los días de mi vida, porque la Sagrada Comunión representa la unión más verdadera e íntima con nuestro Padre Celestial.
Aun así, Dios me ha mostrado que la unión de un hombre y una mujer de fe es el auténtico reflejo de la Santa Trinidad. Así como Dios Padre es uno y se manifiesta en la unión mística de Jesús y el Espíritu Santo, Dios también puede estar presente plenamente en la unión entre un hombre y una mujer en la comunión del matrimonio. San Pablo exaltó la relación entre Jesús y la Madre Iglesia como un modelo para el matrimonio (Efesios 5:22-32). La Iglesia primitiva, como Pablo, vieron el matrimonio como una penosa necesidad. Gradualmente, la vocación del matrimonio y su sagrado propósito original han sido resucitados. Al término del segundo milenio de la cristiandad, muchos dentro de la Iglesia se han dado cuenta de que el celibato ya ha cumplido su propósito. Estamos entrando en la era donde cada hombre y mujer está llamado a cumplir el propósito original de reflejar la imagen de Dios.
Tristemente, muchos son incapaces de reconciliar este anhelo original con sus votos de celibato, y este compromiso ha llegado a ser un cascarón vacío, un estándar inalcanzable. Todo tipo de impurezas, incluso de lujuria innatural, hijos ilegítimos y otros secretos horribles han pesado sobre las vidas de aquellos que buscan servirle a Él. El incremento de la homosexualidad y los embarazos entre sacerdotes y monjas han llegado a ser de conocimiento público. De esta manera, la sangre de Satanás ha seguido fluyendo a través de la Iglesia de Dios. Esta sangre satánica debe ser limpiada, y el verdadero amor, la verdadera vida y el verdadero linaje de Dios deben ser restaurados. Parafraseando a Pablo, ha llegado la hora de crecer, de dejar las cosas de niño y afrontar la verdad cara a cara, no vagamente, como a través de un espejo.
Mi vida ha sido una confrontación con el Demonio. Ahora, respondiendo a la llamada de Dios de asemejarme a Él plenamente y restaurar Su ideal original del matrimonio, oro para abrir el camino a muchos otros a separarse de Satanás, purificar sus espíritus y sus cuerpos, y ayudar a que la Iglesia se limpie y renueve.
II Mi llamada y misión
El 3 de abril de 1973, descubrí, casi por casualidad, que estaba bendecido con el don de la curación. Desde entonces, Dios no ha cesado de usar mi don para bendecir a muchos. El Espíritu del Señor está sobre mí, ya que me ha ungido para predicar el evangelio, curar a los enfermos, y aún más allá de lo que espera, exorcizar demonios. Siendo obediente a Dios como Su instrumento, tuvieron lugar incontables milagros. Miles y miles de personas fueron bendecidas gracias a este ministerio. Tanto médicos como curanderos fueron testigos del poder de Dios y muchos entraron en la Iglesia del Señor mediante la predicación del evangelio y el carisma de la curación. Poderosas experiencias espirituales sucedieron entre la congregación de los fieles. Las Hijas del Redentor, los Hermanos de San Juan Bautista, los hijos del Buen Pastor Jesús, y numerosos ministerios y misiones han florecido por medio del derramamiento del Espíritu Santo. Llegué a conocer la presencia poderosa de la obra del mundo espiritual.
Muchos en la jerarquía de la Iglesia no entendieron estas manifestaciones del Espíritu y trataron de controlarlas o limitarlas, restringiendo mi ministerio. A pesar de mi devoción a la Palabra de Dios, el servicio diario de misas y mi compromiso con la Santa Iglesia, fui acusado, temido y calumniado. Además, observé que el dominio de la cultura europea sobre la Iglesia estaba limitando el mensaje cristiano y evitando que los africanos descubriesen su valor original y su identidad espiritual. A la par que amaba a la Iglesia y sus tradiciones, estaba decidido a ayudar a superar el sentimiento impuesto de inferioridad cultural que experimenta África y de traer una nueva vitalidad al cristianismo alimentándolo con el terreno rico de la herencia africana. También estos esfuerzos me pusieron en contradicción con algunas autoridades de la Iglesia.
Mis esfuerzos por realizar la misión encomendada por Dios se han visto progresivamente frustrados, bloqueados y, incluso, saboteados por algunas autoridades eclesiásticas. Fui acusado de todo tipo de males terrenales y espirituales, fui llamado a Roma, querellado, interrogado, examinado y aislado. Se esparcieron rumores grotescos sobre mí. A pesar de que respondí una a una a todas las acusaciones, estaba claro que no se me permitiría volver al arzobispado de Lusaka para servir al pueblo africano que yo tanto amaba. Obedientemente, he residido en Roma cerca de veinte años. A pesar de que se me impidió celebrar misa en cualquiera de las iglesias dentro de los límites de la ciudad, no podía abandonar la llamada a predicar el evangelio, curar los enfermos y echar a los malos espíritus. A mi pesar, he llegado a ser un reto para la Iglesia que tanto amo, y la Iglesia que tanto amo ha llegado a ser una cadena que me ha impedido cumplir la misión dada por Dios. He luchado en mis oraciones, preguntándome qué debía prevalecer: ¿mi voto de obediencia a la autoridad eclesiástica o mi promesa de obediencia a Dios?
26 de mayo del 2001
José María Lorenzo Amelibia
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