Qué bueno rememorar de vez en cuando canciones eucarísticas anteriores. Recordamos momentos de verdadera felicidad. Viene ahora a mi memoria aquella: "Yo soy de Dios, oh dulce pensamiento, que anega el alma en celestial amor. El mismo Dios morar gustoso quiere en mi tan pobre y frío corazón." De verdad causaba en el alma una alegría inmensa. Y hoy más. Sentirse de Dios; notar cómo el alma queda ANEGADA en ese amor celestial.
¡Qué fuerza tiene la palabra! No es sólo regada, ni siquiera saciada: "anegada" es más. Como los campos después de una inundación. Como el huerto con el canal de riego olvidado... Creo que recordar algunas canciones como ésta nos hace revivir experiencias con tanta o mayor intensidad que las originales. Son verdaderas gracias actuales de Dios.
La verdadera felicidad la conseguimos por la posesión de Dios. Esta es la realidad: por eso el hombre más feliz es el hombre santo. Por eso cuando comulgo, me digo a mí mismo: ahora puedes poseer la verdadera felicidad, porque tienes a Jesucristo en ti mismo.
Felices nosotros, querido amigo, que creemos en el amor que Jesús nos tiene en la Eucaristía. Nosotros, aunque nos encontremos secos en la oración amamos ya, porque el creer en el amor es ya amar, según suele decir Eymard. Pero si nos contentamos sólo con creer intelectualmente en la eucaristía, todavía no amamos o amamos muy poco. Vamos a creer de verdad en este Amor.
¡Qué hermoso vivir en la casa parroquial, o junto a la Iglesia, o en la casa donde se conserva el Sagrario reservado!
Con la fe cada día más contento, a pesar de su gran oscuridad. La luz de la fe llega a regir en todas las circunstancias de mi vida; se aceptan todas sus consecuencias, aun aquellas que van más en contra del propio sentir.
Dicen que son tres las etapas de la fe: la de la infancia, juventud y madurez, que corresponden a la vía purgativa, iluminativa y unitiva. Cuando me pongo a analizarme siempre me parece que estoy en la primera; pero no me importa. Me gustaría crecer, el Señor me ayudará cuando le plazca darme su fuerza. Más vale quedarse un poco pequeño que perder la fe. Aquello del salmo "soy como un jumento delante de ti", se lo digo con frecuencia al Señor. Una por una estar junto a El.
Seguir con la oración, eso es lo importante. Por otro lado dice Royo Marín, muy fundamentado en toda la doctrina católica, que todo el proceso de santificación por nuestra parte se reduce a la oración y a la humildad. La oración para pedir a Dios esas gracias prevenientes, y la humildad para atraerlas de hecho a nosotros.
José María Lorenzo Amelibia
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