Sembrar aunque tarden los frutos

Para los Obispos.

Sembrar aunque tarden los frutos

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Gran parte de su vida pastoral la emplea el obispo en sembrar, pero los frutos tardan. ¡Nunca desanimarse! Piense que no basta con la siembra; es preciso también vigilar para que el "enemigo" no deshaga la cosecha. Y si el enemigo es de la propia casa resulta más difícil detectarlo. Un caso concreto y como ejemplo: sin quererlo nuestros pastores, se van encontrando pueblos en nuestra Geografía en los que se ha perdido ya el Sacramento de la Penitencia. Tenemos casos de lugares donde hace más de veinticinco años no se ha puesto ningún sacerdote nunca a confesar en la iglesia. Hay remedio todavía para que no cunda más el mal. Son casos dolorosos que existen, y una vigilancia amorosa y solícita podría solucionarlo en lo sucesivo, y tal vez pueda conseguirse con celo que vuelva de nuevo el sacramento a esos lugares.

El obispo ha de procurar, puesto que él es santificador, llevar en su alma la vida divina en grado de incandescencia, capaz de irradiarse en la de cuantos le rodean. Que toda su vida interior consista en poner al rojo vivo en su corazón el amor Trinitario y eucarístico. Porque ¿cómo va a ser santificador si él no está al rojo vivo? Para ello es preciso dedicar muchas horas a la oración. En nuestros tiempos de "intelectuales" pensábamos: "Día perdido, si no he dedicado unas horas al estudio". Han pasado nuestros tiempos "intelectuales"; que otros se dediquen a ello; ahora diremos: "Día perdido si no he dedicado unas horas a la oración". En la oración prolongada es el momento de grabar a fondo en nuestra alma que el amor a Dios es un fuego devorador. Y ésta es la manera radical de vencer la increencia e impiedad que domina en nuestro Pueblo: la santidad del obispos y de sus sacerdotes y almas consagradas.

Los Sacerdotes, la niña de los ojos del Obispo; a ellos ha de santificar ante todo. Pero en todas las diócesis hay sacerdotes "difíciles" que pueden amargar la vida de su obispo. La única manera de "reducirlos": el amor. Un cariño extraordinario a semejanza del practicado por San Francisco de Asís. Mil detalles extra hacia ellos. Así ninguno se resiste.

Solamente desde la conciencia de su debilidad puede el obispo desarrollar su misión. Asumir el ministerio como algo que nos "sobrepasa", pero sin complejos: porque "todo lo puedo en Aquél que me conforta". Sólo una actitud de pobre agradecido dará frutos abundantes. La eficacia de la palabra no está en nosotros porque somos "siervos inútiles". Por eso nada harán nuestras técnicas, si no estamos afianzados en Dios por la oración. Ser, sí, buenos altavoces, pero enchufados a la corriente que es Cristo; de lo contrario, de nada sirve el mejor altavoz.

La misión del Obispo es el Reino de Dios, no los "reinos" de este mundo. Cuando se entretiene en esto último, el fracaso es irremediable y a veces también irreparable.

Que el Señor nos bendiga. Pido al Señor por usted y encargo oración a todas las almas que puedo. Suyo affmo. hermano en Cristo Sacerdote:

 José María Lorenzo Amelibia

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