En medio de mis pruebas le digo a Jesús junto al Sagrario: Jesús, me miras desde la Eucaristía; tu mirada es como en los tiempos de tu estancia en la Tierra: compasiva, de descanso, de posesión. Ten misericordia de mí y perdona mis pecados. Jesús, te adoro y amo hoy aquí y en todos los Sagrarios del mundo. Enfermedades, contrariedades, desengaños, no me quitaréis la paz, porque sé muy bien de quién me he fiado. Señor, que todo me eleve hacia Ti. Sensibilizar la presencia real en la Eucaristía con toda la fuerza de mi imaginación: que todo el día esté pendiente de tu amor, como los santos. Sagrario, amor encerrado e inmolado por nosotros, que siempre estemos con Espíritu de contemplación. Pero la depresión me dejaba pocos ratos de paz interior.
El Dr. Lagos que me atendía, calificó mi mal como depresión reactiva. Me impuso un tratamiento duro. Me excitaba más aún con aquella terapia. En una crisis hubo de asistirme el médico del pueblo. Entonces suspendieron aquel método y me aplicaron otro más relajante. ¡Drogas y más drogas! Los médicos mismos comprendían que la única solución era el matrimonio.
He estado un par de días en Santurce en casa del tío Luis. He contado a mi prima el problema que me acucia con la profunda tristeza que me acompaña. Le digo que me he metido en un callejón sin salida. Mi prima me consuela como puede. Ella tiene novio y se casará. Yo siempre solo, siempre soltero.
Llegan mis mejores amigos
Llegó Paco Macaya a visitarme en la parroquia. No le descubrí el problema que yo llevaba encima. A nadie fuera del secreto sacramental. El recuerdo del secretario de cámara, don Sixto, me obligaba a ser cauto. Después de cenar nos quedábamos Paco y yo, casi hasta el amanecer, charlando en íntima y agradable conversación. Jesús y Pedro también desfilaron por casa con ocasión de predicaciones extraordinarias. La tertulia con ellos se prolongaba hasta las dos de la mañana. Pero a ninguno manifesté mi problema. Mis grandes amigos de nada se enteraron.
Estos mismos sacerdotes y algunos más fueron pasando por mi feligresía como predicadores y confesores extraordinarios.
José María Lorenzo Amelibia
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