Tuve que hacer un viaje a San Sebastián. Recuerdo que allí desahogué mi angustia con un confesor capuchino. - No podré ya ser jamás feliz, le decía. Estoy enamorado y me resulta imposible el matrimonio. Pongo todos los medios para desasirme: atiendo a mis fieles con celo, practico la oración. ¡Nada!
- ¿Te distraes con los compañeros?
- Sí.
- Tal vez te convenga cambiar de pueblo. Verás cómo entonces pasa todo.
- Creo que no es solución. Allí también habrá chicas. Si me olvidase de ésta, otra cubriría su lugar. Es mi experiencia. Hace un año cambié de parroquia por esta causa. El problema, mi persona.
- ¿Ya practicas la oración, el estudio, el trabajo, la penitencia, la lectura?
- No sólo realizo con celo mis deberes, lucho indirectamente por todos los medios. No es cuestión de olvidarme de ella, mi problema es más profundo. Necesito el matrimonio, y jamás me podré casar. Esto me hunde. Si no creyera en Dios... me desesperaría.
- ¿Por qué no pasas al rito oriental? Ya sabes que allí los curas se pueden casar.
- Ya se me había ocurrido, pero todo está atado y bien atado. Allí contraen matrimonio antes de la ordenación. Por otra parte, el clérigo o seminarista que cambia de rito, deberá seguir sometido a la ley del celibato.
Por la Asunción, fiestas de Rumos, bajaba Florita al baile. Comencé a sentir celos. ¿Y si se echa novio? No me consolaba el refrán de "agua que no has de beber, déjala correr". Esa filosofía parecía ignorar las reglas del corazón. Lo que pedía al Señor días atrás me repugnaba. Y sufrí mucho en aquellas fiestas. Jamás podré casarme con ella. ¡Ni con ninguna! ¿No pensarán los jerarcas eclesiásticos en estos dramas sangrientos que provoca la ley?
El diecisiete de julio marché de ejercicios a Burlada. Me despidió Florita fríamente. ¿Se habría enamorado de alguien? Me esforcé por gozar ese día con la familia por el bautismo de mi nueva sobrina. Creo que nadie notó mi drama.
No logré solucionarlo en los ejercicios.
Me decía el viejo padre jesuita:
- Has quemado las naves. No tienes solución por los cauces del matrimonio.
- ¿Qué haré? ¿Qué le parece?
- Lo mejor es que consultes con un médico. Con medicinas podrás aliviar tu angustia psíquica.
Dentro de la lógica de entonces era el único camino: "Nosotros, los jerarcas, dictamos un día la ley. Arreglaos como podáis para cumplirla. Si no lo conseguís por los cauces normales, acudid al médico; el dormirá vuestros instintos". Cuando uno tiene hambre, existen muchos métodos para solucionar el problema: rezar por él; aconsejarle que busque alimentos; recetarle pastillas que reduzcan su apetito; que muera... Pero el único remedio eficaz es: que coma.
José María Lorenzo Amelibia
Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com
Mi blog: http://blogs.periodistadigital.com/secularizados.php
Puedes solicitar mi amistad en Facebook pidiendo mi nombre Josemari Lorenzo Amelibia
Mi cuenta en Twitter: @JosemariLorenz2