Y no me refiero al caso un tanto chocante que me contaron en mi juventud: un hombre de la Ribera de Navarra se encontraba muy enfermo; no sé cuál sería su mal, porque no paraba de hablar. Pidió al párroco que le administrara los santos sacramentos, y los recibió con tal tranquilidad que le dijo al cura: "Ahora vamos e echar un cigarrico a ver qué tal sienta después de recibir la unción".
Otras muchas personas reaccionan muy bien sin llegar al extremo de nuestro buen aldeano. Si hurgamos un poco más en anecdotarios de nuestros santos nos encontramos con bastantes casos parecidos en alegría pero como más serios.
Don Ramón era un sacerdote de gran espíritu misionero que murió en San Sebastián en junio del 97. A raíz de su operación quirúrgica escribió una carta que decía: "A consecuencia de un malestar me obligaron a acudir al médico. El doctor fue rotundo: "Ingreso inmediato en la clínica y operación urgente".
Quise prepararme. Me confesé; recibí el santo Viático y la Unción de los enfermos... A partir de ese momento noté una paz extraordinaria. Experimenté como nunca la presencia de Dios; de mi incomparable Dios y la seguridad de que Él es amor, el Amor en eterno acto de explosión y donación... un abrazo interminable. Comprendí que Dios primeramente no es Justicia ni Temor, sino Misericordia, Ternura, Perdón... "Dios es Amor que disculpa sin límites"" (San Pablo).
Me gustaría que se nos quitara a todos el temor o el pudor de hablar al enfermo grave sobre lo que más le importa en esos momentos. Muchos se han propuesto de una manera implícita jamás manifestar un sentimiento religioso como si se tratara de algo impropio de personas del siglo XXI.
Hemos comprobado que el mayor consuelo que tienen los familiares cuando ha partido en ser querido a la otra vida, es pensar que ha cuando ha partido un ser querido a la otra vida es pensar que ha recibido bien todos los sacramentos y ha descansado en la paz del Señor. Y hemos de exclamar con Don Ramón, el cura misionero: "Dichoso el que ha logrado comprender el insondable y estremecedor don de Dios al alma que no se desmiente ni un instante. Pronto se abrirán las puertas del hogar eterno, donde es todo luz; y el amor se envolverá en llamas y fulgores, abismándonos en su inalterable paz. Ven, Señor, Ven".
Con un poco de fe que tengamos es suficiente para sobreponerse
a estos falsos temores y ayudar a dar el paso supremo. Sí, evitar a nuestros enfermos todos los dolores posibles; cubrirlos de atención y de ternura. Pero jamás olvidarnos de que los últimos sacramentos precisamente ayudan al que sufre a terminar con paz esta vida y a prepararse para la eternidad.
José María Lorenzo Amelibia
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