Cuanto más me acerco a la edad superadulta, más contento estoy. Y me da alegría constatar que personas de muchos más años que yo tienen la misma impresión.
“La vida a los 88 años es como la del árbol en invierno: despojada de lo caduco y concentrada en las raíces, en lo secreto y lo profundo, manteniendo en pie una arquitectura de manos tendidas”. Con esta sencilla comparación expresaba José Luis Sampedro su experiencia vital. Él fue catedrático, senador y con cargos importantes en la economía. No añoraba lo pasado y vivía feliz el presente. En esta frase lo resumía todo: “Acepto si pierdo lo mismo que si gano”. La ancianidad da una sabiduría, muy difícil de poseer en la juventud.
Es verdad que con la edad uno se hace más escéptico; se cansa de muchas cosas que en la juventud le entusiasmaban, pero a la vez le basta con menos, y goza con paz de la presencia de Dios amoroso, a quien ahora contempla como más cercano. ¡Bendita ancianidad!
Antiguamente se solía decir que, al finalizar la adolescencia, el cerebro alcanzaba su pleno desarrollo y nuestra inteligencia tocaba el punto culminante. A partir de este momento, hacia los 25 años, el proceso cognitivo y neuronal iría decayendo. ¡Pues nada de eso! El gran neurólogo Dr. Oliver Sacks, de amplia experiencia profesional, afirma sin lugar a dudas que el envejecimiento no conlleva necesariamente una enfermedad neurológica. Él ha trabajado en distintas residencias de ancianos y ha comprobado que muchísimos se encuentran intelectualmente íntegros.
¿Que el anciano tiene fallos de memoria? Pero se siente más libre y se echa en brazos de la imaginación, que por otra parte ya no parece ser la loca de la casa. La experiencia ha enseñado al viejo a controlar la fantasía o los temores vacuos.
“Cada día me levanto más contento – me decía un compañero -. No tengo grandes obligaciones ni muchos dolores: charlo un rato con los amigos, repaso mis libros favoritos, disfruto más en la oración con Dios, porque estoy más atento a Aquel que fue la alegría de mi juventud y ahora lo es de mi vejez”.
Sé que no se llega de repente a adoptar una actitud tan positiva. Por eso escribo estas líneas para animar a los jóvenes a mantener siempre la decisión de la autoformación. La vida es dura y todo el mundo lo sabe. Pero de la manera de enfocarla depende que seamos felices o eternamente descontentos.
José María Lorenzo Amelibia
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