Viajes del Papa

Con ocasión de los viajes de Benedicto XVI a Londres y a Santiago – Barcelona, hicimos un comentario sobre los mismos ponderando los beneficios que podían reportar. Allí mismo decíamos que no nos gustan los viajes del Papa tal y como están diseñados.


Queremos que nuestra crítica a los mismos sea positiva, por eso, después de apreciar una serie de inconvenientes que observamos en estas "peregrinaciones apostólicas" señalaremos algunas pistas modificadoras, que, a nuestro juicio, darían a estos itinerarios mayor autenticidad evangélica.

El Pontífice acude a todos los países oficialmente como jefe de Estado. ¿Puede dar testimonio el representante de Jesús de Nazaret, cuyo Reino no es de est mundo, disfrazado de poder temporal? La grandiosidad y el boato acompañan casi todos los actos externos en alarde triunfalista. Creemos que no es éste el sentido del Vaticano II en lo referente a la Iglesia.

Favorece todo esto a una opción conservadora de entender la religión. Mientras que la opción progresista, que vive su cristianismo desde una perspectiva más crítica, ha de preguntar en silencio - aveces en protesta positiva - el intento de monopolizar la praxis eclesial en un sentido determinado.

Se busca la unión de todos los cristianos y a la vez se cava más profundamente el foso de la separación entre los diversos grupos católicos. Jesús huía de todo lo que pudiera aparecer como engrandecimiento personal: cuando quisieron proclamarle rey se escondió en el desierto; imponía silencio cuando hacía un milagro, "A nadie lo digáis". Su vicario en la tierra ha caído en la tentación del poder y triunfalismo.

En una ocasión se vio Cristo sorprendido por una aclamación popular a la que no pudo resistir. Sus representantes, en cambio, las estimulan. Sin duda pensarán que es bueno para la causa cristiana. Debieran recordar que después del triunfo de Jesús llegó la condena y la crucifixión.

Pensamos que son engañosas estas apoteosis. Fuegos de artificio que desaparecen en la oscuridad. La vida cristiana seguirá en el camino del trabajo constante y oculto. ¿Podrá el Papa entender a través de estas aclamaciones el sentir del hombre cristiano, sus dificultades y luchas, sus necesidades? Todo está dispuesto para agradar al visitante. Los que a última hora despliegan una pancarta de protesta son tenidos por exaltados. ¿Se le habrá ocurrido alguna vez al pontífice localizar el grupo disconforme para dialogar con él?

Estas concentraciones políticas alrededor del líder nos recuerdan ciertos actos políticos partidistas. ¿No será grave que el pueblo llegue a confundir política y religión? ¿No estamos dando pie con estas actuaciones a tal confusión. ¿El hecho de ser el Papa Jefe de Estado, lo que repugna a la sencillez evangélica, no puede subrayar esta apreciación equivocada?

El espectáculo de grandes masas en aclamación puede degenerar en fanatismo y fomentar no precisamente la relación amorosa con Dios y el prójimo, sino el religiosismo. Por otra parte se invierten grandes sumas de dinero en estos fuegos de artificio (Hablan de 25 millones de euros cada viaje). El pueblo de Dios no aprueba que, mientras una gran parte de los hombres pasa hambre, se malgaste el patrimonio de la humanidad. Benedicto XVI no se ha prodigado en viajes; su antecesor superó los cien.

Tal vez para paliar este escándalo, con ocasión de la visita del Papa a Alemania, se organizó una colecta, campaña contra el hambre del mundo. Pero ¿deja de ser un gasto superfluo por el hecho de simultanearlo con la limosna? A la memoria nos vienen los festejos de la alta sociedad con fines caritativos.

¿Con qué criterio ha de aceptar el Pontífice una serie de privilegios: aviones especiales, despliegues de policía... Nos supone escándalo al comparar estos hechos con la vida de Cristo. Estimamos que los viajes papales realizados hasta ahora contribuyen más a dar una visión poco evangélica que a proclamar la sencillez y pobreza del Hijo del Carpintero.

No estamos en contra de las visitas pontificias. El modo es lo que creemos debiera cambiar. Sería extraordinario que el Papa dedicara una parte del año a animar a las Iglesias del mundo cristiano. Viajaría como una persona normal, como un ciudadano del mundo, como cualquier superior de órdenes religiosas. Entraría en contacto con las comunidades en la vida de cada día, sin ninguna clase de preparativos que, en aras del homenaje, destruyen la realidad. Aparecería en las ciudades casi de incógnito, evitando toda teatralidad. Disminuiría así el peligro de atentados.

De esta forma sería de mayor eficacia la venida del Romano Pontífice; como lluvia sosegada que cala en la tierra bien preparada; de otra forma, el efecto es más parecido al paso de una tormenta de verano.

Nota: Comprendemos que el hecho de que el Papa sea jefe de estado tiene mucho de positivo para el mundo católico, para negociar con otros estados por ejemplo en materia de enseñanza, pero no lo vemos evangélico.

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