A nuestros queridos jerarcas, a los que todavía disfrutan con los títulos de eminencia, excelencia o muy reverendo y otros del mismo tenor, les ruego reflexionen con esta carta que me escribió hace algunos meses una religiosa de clausura de habla española. Ojalá la leáis. Se suplica a quien la lea y tenga un amigo obispo, cardenal o superior mayor, se la remita. No tiene pérdida.
Es contestación a otra que yo le escribí desanimado por ver tanta miseria dentro de nuestros hermanos curas, obispos, cardenales, monjas y demás. Por supuesto nunca me gusta generalizar, pero son fenómenos que se dan y que la gente los ve. Pero, leed:
“Querido amigo: Te veo muy desencantado, decepcionado, desilusionado, con muchos ánimos y
con una visión crítica que ha tenido que pasar por situaciones dolorosas que dejan marca. Estoy contigo en la renovación - cambio que se necesita a nivel eclesial, en todos los estamentos. La Iglesia de Jesús de Nazaret, yo también creo que es otra cosa.
Sobran tantas palabras... ceremonias... documentos... títulos eminentísimos... excelentísimos... etc. etc., que Jesús no usó ni debieran aparecer jamás en la Iglesia fundada por Él.
La fe de personas sencillas sin formación se resquebraja, no distinguen, y, precisamente son éstos y los niños los que dicen la verdad, los que marcan el paso sencillo y simple que nos dejó Jesús a seguir.
Yo te veo afectado por desencantos y frustraciones de amistades que no te han correspondido,- ellos tan "cristianos y fieles" - y yo pasé por algo semejante y ¡vaya cómo hiere el corazón!, pero me conforta y da seguridad tu fe, tu formación, tu adhesión a Jesús y al Evangelio, y tu sentido común.
¿Quiénes somos nadie, ni obispos, ni cardenales, ni curas, ni monjas o frailes para que nos tengan que hacer poco menos que reverencias...?, ¿Las que le hicieron a Jesús...?, pues por los caminos que vamos... veremos la que se nos viene encima.
Da la impresión de que se encuentra nuestra Iglesia en una crisis de purificación de la fe desde el fondo más fondo. Todos somos iguales, hijos de Dios, y punto. Es nuestra dignidad, después que cada cual ejerza lo que le tocó en la vida hacer, pero teniendo siempre por delante que todos somos iguales. y "Que si no os hacéis como niños…"
A mí me sucede algo parecido a todo lo que tú me dices. Tengo la ventaja de que mi vocación de silencio, monja de clausura, me hace recogerme dentro de mí misma y me evita perderme en tanto laberinto. Al final sólo cuenta una misma cosa para todos: "... “A mí me lo hicisteis", ¡ sin comentarios...!
Yo siento una llamada interior hacia el silencio muy grande, muy grande... Todo lo demás no merece la pena, es demencia, así de claro. Sólo Dios. ¡Ruidos... más ruidos..., no se ora...! ¿Sabremos escuchar y acoger las llamadas de atención que Dios nos está mandando de formas tan diversas?.
José María Lorenzo Amelibia
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