Aquellos antiguos padres de Ejercicios Espirituales

Enfermos y Debilidad

Aquellos antiguos padres de Ejercicios Espirituales

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  En distintas ocasiones suelo recordar los Ejercicios Espirituales de antaño, de mis años de adolescencia. ¡Nos metieron el miedo en el cuerpo! Cuando nos hablaban de la eternidad, en lugar de referirla sobre todo al Cielo, lo hacían mirando hacia el infierno. Aquello era terrible. De seguro no mentían. Pero colocaban el acento en una sílaba distinta a la auténtica. Porque Jesús vino a salvarnos, no a meternos a todos en la caldera de Pedro Botero. Contemplo sobre todo en una eternidad feliz, siempre junto a Dios. Y me tomo muy en serio todo el dogma que estudié.

            ¿Has pensado en la eternidad? Es un ahora que nunca termina. Desaparecerá todo el Universo, todos los astros, todas las galaxias… millones y millones de años… y Dios, si quiere, volverá a crear otros mundos nuevos, distintos de los actuales, y pasarán millones y millones de años… Y la eternidad seguirá igual que ahora. Es difícil imaginar. Casi se marea uno al pensarlo. ¿Quién será capaz de cambiar todo lo infinito que nos espera por cuatro cosillas que duran unos años? Eternidad feliz. Pero existe también la eternidad apartada de Dios en desgracia.

            Hemos de confiar, y afianzarnos en la fe y en la esperanza que el Señor nos otorga ahora. Y echarnos en sus brazos de misericordia. Los santos y almas fervientes viven esta verdad ahora. Pero muchas personas, por el contrario, están de espaldas a todo.

 Leía un caso de un hombre santo llamado Félix Cantalejo. Le preguntaban por su enfermedad, sus sufrimientos y él respondía: “¿Qué decís de dolencias? Son rosas y flores que produce el Paraíso y distribuye a sus amigos”. Así piensan los grandes amantes de Dios. Y no olvidemos la frase de San Pablo, el Apóstol, cuando decía: “Estoy rebosando consuelo y gozo, en todas mis tribulaciones”. Sufrimientos y trabajos nos llegan a dar alegría, e incluso la muerte que se acerca nos puede llenar de gozo en una esperanza total y cierta.

 Quien se da a Dios del todo, quien no recela ante el dolor y la muerte va a recibir el mayor de los tesoros, la eternidad feliz. Vamos a pedirle al Señor esta fe sencilla, entera, confiada. Ojalá en algún momento podamos pensar y sentir lo que San Pedro de Alcántara, aquel frailecico carmelita que se entregó desde joven a la penitencia. Yo tuve la suerte de ver el habitáculo donde dormía, sentado en una banqueta de piedra, apoyando su cabeza en un pequeño saliente. ¡Era emocionante verlo! Pues bien, decía: “Oh bendita penitencia que me ha merecido tanta gloria”

José María Lorenzo Amelibia

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