En el verano suelo ir algunos días por la tarde a Estíbaliz. Entro siempre a hacer una visita larga a la Virgen. Varias veces me ha tocado ver allí, en el primer banco a Monseñor Larrauri haciendo oración. Yo he permanecido media hora larga. Cuando he salido, todavía estaba él quieto.
Yo pensaba: mientras mucha gente se está echando su gran siesta veraniega, este hombre aquí, durante más de una hora, practicando su relación con Dios. Para mí resultaba altamente ejemplar.
Creo que nuestra estrategia tiene que ser ir aumentando poco a poco el tiempo dedicado a la oración. A mí me gustaba mucho leer el periódico y escuchar las noticias. Ahora me conformo con mirar los titulares y atender al resumen del telediario. No somos informadores de noticias, sino líderes de Cristo. ¡Qué bien suelen venir las horas quitadas a la televisión! No es tiempo perdido el dedicado a la oración. Todo lo contrario. Cuando el alma se encuentra caliente por dentro, ¡cómo influye su palabra! ¡Cuántas veces lo hemos comprobado!
Los santos no se preocupaban de que su oración fuera de contemplación o de cualquier otra forma; no les preocupaban los detalles, aunque los conocieran. Iba a estar con Dios, porque le amaban, porque lo necesitaban. ¡Necesitar a Dios, aun en las mayores sequedades! Eliminar la vieja levadura. Y como ni eso podemos, pedir al Señor fuerza para ello.
Si vamos con esta necesidad a la oración, no nos importará el sentir consuelo o no, el estar secos o áridos. Estar con Dios, eso es lo que importa.
Unirla con la mortificación
Me impresionó cuando oía a Paco en Estíbaliz unas palabras muy interesantes sobre la oración subida, la contemplación. Pero es necesario para llegar a aquellas alturas, practicar la mortificación como lo hacía el padre Nieto y muchos santos. Amigo, si pretendemos subir en la oración, es necesario animarse del todo al sacrificio de muchos caprichos. ¿Cómo avanzaremos cuesta arriba, si nuestra mochila de antojos pesa casi un quintal?
Lo observo: me hunde el peso de mi propio "yo" con todas sus exigencias. Por eso siempre me veo como el eterno principiante. No acierto del todo a echar por la borda tanto lastre. ¿Y por dónde empezar? Por supuesto: pedirle fuerza a Dios en esta oración de eterno principiante. El romperá el círculo vicioso. Alguna vez mejoraré.
El dolor y arrepentimiento de nuestros pecados, no es nada difícil, supuesta la gracia de Dios. También es necesario pasar grandes temporadas con esta oración.