Lo de verdad importante en los sacerdotes es la santidad: el amor a Dios a cendrado hasta las últimas consecuencias. En la actualidad hay sacerdotes santos o que aspiren a la santidad, pero “el clero, la clerecía” da más impresión de ser funcionarios que santos. Funcionarios un tanto aburguesados, buenos funcionarios, sí pero en conjunto no se muestran como santos.
Y da pena cuando observamos en muchos sacerdotes cómo se va perdiendo en ellos el sentido de Dios. Desde el momento que esta institución clerical comporta una serie de prerrogativas y una superioridad sobre el pueblo sencillo, la gente que de él depende se enfría. Pero el colmo llega cuando ven en el sacerdote a un funcionario que casa, bautiza y dice misa. Cuando observan que no lleva en su vida un algo de trascendencia, cuando nunca se le ve orando, cuando es uno más, un hombre vulgar sin el sentido de Dios. Así vemos hoy cómo las masas están perdiendo la fe. La causa última está en que los ministros del Altar han abandonado el sentido de Dios, el hambre de Dios.
Los buenos deseos promueven nuestra vida interior. Vamos a desear amar más a Dios. La oración más ferviente ha de ser la dirigida a obtener un sentido de Dios cada vez más profundo y auténtico. Dios nos va comunicando su vida y nos hace percibir su amor. Los momentos de silencio interior garantizan penetrar en Él.
Por lo que de nosotros depende, vamos a llenarnos de fervor, vamos a acudir continuamente al Señor para que inunde nuestros corazones y seamos mejor instrumento de su amor. Y así animar a nuestro clero a la santidad. Pero… esto supuesto, pedimos a los obispos que dediquen todas sus fuerzas a una campaña por la santidad sacerdotal. Ellos mismos den ejemplo y visiten a los sacerdotes individualmente, les insistan, les rueguen, les animen a ser santos. Pienso que el ministerio principal de los obispos es animar constantemente a sus sacerdotes a que sean santos. Pidan oración para ello a los conventos y dedíquense a esta labor urgente.
José María Lorenzo Amelibia
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