A los sesenta años oficialmente uno es anciano, pero yo diría que se trata de la juventud de la ancianidad.. Entonces se está suspirando por la ansiada jubilación. Entonces casi todos son capaces de viajar y practicar algún deporte; la inteligencia se encuentra en su plenitud, aunque falle algo o mucho la memoria.
A los ochenta uno es anciano por los cuatro costados Me refiero ahora a esta ancianidad, la mía, la más severa, y a edades incluso más avanzadas: cuando el olfato va desapareciendo, y no sirve ya la antigua dentadura; cuando los ojos se llenan de lágrimas con suma facilidad, y los paseos quedan reducidos a la mínima expresión de dar la vuelta a la manzana. A esa ancianidad me refiero.
Pienso que la vejez no se improvisa; se va haciendo poco a poco, pero es muy conveniente prevenirla, e idear algunos trucos para pasarla mejor y con el corazón sereno. Es el momento de saber reaccionar de forma positiva y tranquila, cuando se escucha del médico: "A su edad, no juzgo necesaria la intervención quirúrgica".
Tal vez lea estas líneas alguien que pudiera aconsejar mejor que yo en estas circunstancias, porque se encuentra ya de lleno en la edad provecta e incluso en la decrepitud física; mas por eso mismo, quizás no le apetezca tomar la pluma para redactar unas recomendaciones. Lo mío lógicamente no pueden ser consejos, sino ocurrencias, que tal vez hagan sonreír a quienes están en esa fase de la vida, en que si Él no me llama antes, dentro de no muchos años desembocaré.
¿Qué haría yo entonces? Ahí va mi imaginación:
- Ante todo rezar más, aunque no tenga muchas ganas. Me gustaría ponerme con suavidad en contacto con Dios, y si el sueño se apoderaba de mis ojos, no me resistiría. Me gustaría, entre los pequeños intervalos de vigilia y descanso, encontrarme reposando en los brazos del Buen Dios.
- También quisiera aguantar sin refunfuñar las voces de nietos o biznietos y de sus acompañantes. Ser un abuelo pacífico capaz de narrar cuentos a los pequeños.
- No desear demasiado la muerte en las noches de calor e insomnio, aunque un poco, sí, porque tiene que ser maravilloso el encuentro definitivo con Dios.
- Me encantaría pasar horas en Betania, recordando morosamente los momentos de gran consuelo espiritual de mi vida pasada; los ratos más íntimos de oración en las iglesias de mi juventud, cuando le prometía al Señor tantas cosas que luego las he cumplido muy a medias, pero casi siempre guiado por la luz de mi primera conversión. Y, junto a esto, fomentar una esperanzadora compunción de corazón, doliéndome con gran paz junto al Señor de los pecados de mi vida pasada.
- También me gustaría leer algo, con ritmo lento. Lo he practicado durante mi madurez y quisiera continuarlo hasta el final, porque me parece hermoso morir con las botas puestas, aunque se encuentren ya muy gastadas de tanto caminar.
- Quisiera también entonces escribir un artículo con este título: "Llegué a la ancianidad". A ver si se me ocurrían las mismas cosas u otras muy distintas.
Pero lo más importante es que cuando llegue la última etapa de nuestra vida, podamos decir al final con Jesús: "En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu".
José María Lorenzo Amelibia
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