De niño, amigo de los nidos

Enfermos y Debilidad

De niño, amigo de los nidos

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Nido con cría

 Me ha tocado de niño contemplar muchas veces nidos de pájaro. Nos acercábamos a ellos con sigilo, sin tocar nada. Decía un compañero: “Si echamos la zarpa en el nido, la madre lo aborrece, y se mueren esos pajarillos recién nacidos”. No sé si sería verdad, pero por si acaso, no tocábamos el pequeño recinto familiar de las aves. Cada día, después de la escuela, ¡a asomarnos al diminuto hogar! Aquellos pequeños jilgueros pronto aparecían lanuginosos; su pico cada vez era más proporcionado con el resto del cuerpo; pocos días más tarde distinguíamos el inicio de las plumas… sus alas se hacían resistentes, y una semana después ensayaban los primeros vuelos rudimentarios. Hasta conseguir lanzarse al limpio cielo.

Así sucede en nuestras almas; poco a poco queremos surcar el aire, hasta llegar a Dios. Encontramos nuestro nido humano como algo insuficiente, deseamos volar por las alturas; hacia nuestro Padre. Ya lo decía Teresa de Jesús: “La palomica o mariposilla… siempre gime y anda llorosa… hasta ir conociendo más y más las grandezas de Dios… También crece el amor según va descubriendo a este gran Señor”.

 Dios quiere que el alma fiel sea su cielo en la tierra… ¡y suba después al Cielo! Para ello es preciso dejarlo todo por amor; por lo menos no apegarse a nada. De estas almas sencillas dice Jesús: “Yo te glorifico, Padre, porque has encubierto estas cosas a los sabios y prudentes del siglo, y las has revelado a los pequeñuelos. Sí, Padre mío, alabado seas por haber sido de tu agrado que fuera así”. Mt. XI, 25.

 ¿Qué será cuando lleguemos a contemplar a Dios de verdad y para siempre? ¿Qué será cuando llegue nuestro vuelo hasta Él, como los pajarillos de la infancia hacia el cielo? Con admiración y santa envidia pronunciamos las palabras de Juan de la Cruz: “Acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro”. Como diciendo: Eres, Señor, luz de mi entendimiento para mirarte, fuerza de mi voluntad para amarte, gloria y deleite de mi alma: quiero ir a Ti. Rompe de una vez las ataduras de este cuerpo y llévame contigo al Cielo. Porque una vez gustada la bondad y suavidad de Dios, deseamos ir a Ti para siempre, y… “muero porque no muero”. ¡Que las noticias de Dios encienden en deseos de verle!

 ¡Jesús: Cuando quieras puedes venir por mí para llevarme a tu Luz, a tu eterno Amor, para eso he sido creado! Como el pájaro para volar y el gusano para salir de la crisálida y hacerse mariposa, deseamos estar contigo para siempre. ¡Cuando quieras, aquí estamos, Señor!

José María Lorenzo Amelibia

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             Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/

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