El secreto de mi vida

Va a potenciarse mi capacidad de atención voluntaria y consciente. Lo conseguiré con dos medios: actos de concentración en mi vida normal y ser testigo de una manera consciente de mis pensamientos, como un juez suave de mi interioridad; sin forzar el pensamiento en una dirección. La mayor fatiga mental ocurre a través del alboroto interior incontrolado. Ya ha terminado para siempre en mi interior el “bombardeo de proyectiles”. El hecho de contemplar tranquilo la trayectoria de mi pensamiento me pacifica y relaja. Evito así escorias de lastre perjudicial en el subconsciente. Doy gran importancia a este ejercicio suave y pacificador.



Silencio interior. Lo experimento porque en algunos espacios de tiempo logro vivirlo. No se trata del vacío absoluto, sino de la quietud en un solo pensamiento. Dios actúa en el silencio de una manera plena. Voy a seguir con su gracia por este camino. He comenzado a vivir de una manera distinta. Después de un año largo de ejercicio, me siento otro. Hasta mi amigo lo ha notado sin yo decirle nada. Ahora poco a poco, ir eliminando deseos. Cuando el alma se encuentre sosegada, la unión con Dios ha de ser maravillosa. He descubierto un manantial de gozo sereno. El agua es limpísima. Cuando marcho por la calle soy testigo de todo: de que ando, veo, oigo...Percibo los objetos en una belleza inusitada. No hay fotografía comparable con lo que captan mis ojos. Ni la mejor película de cine consigue algo semejante.

Soy consciente de los sonidos. Sinfonía si par la canción del viento que acaricia arbustos y las mieses doradas; el trino de las aves, la voz del labriego cercano; el ladrido del perro en la noche con luna. En la parte más alta del bosque descanso mirando el cielo azul en una tarde de viento tibio. Desde el profundo desfiladero asciende poderoso el sonido del aire galopante. En mi alma escucho la voz del salmo: “El Espíritu del Señor llenó todo el orbe de la tierra...” Junto a la naturaleza he descubierto la hondura de este verso aplicado al Señor que todo lo vivifica y fortalece.

Y no vivo en la superficie. Intento penetrar en las cosas y en mi vida interior. Esa va a ser mi afición constante. La clave está en vivir el momento consciente en plenitud de consciencia: el aquí y el ahora. La presencia de Dios está unida a la atención, al silencio mental, afectivo y corporal. No llego todavía, pero al menos soy consciente de que no llego; de mi alboroto interior. Y por el mismo hecho de advertirlo, ya se me purifico. Montaigne lo había descubierto hace varios siglos: “Si quieres limpiarte de mil pensamientos inútiles, toma conciencia de ellos”.

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