Hasta mis veintidós años mi relación con Dios se caracterizó por el temor profundo del subconsciente. Fraguó en ansiedad sin límites . rayaba en lo patológico. Necesité ayuda de hombres expertos.
Una segunda fase muy distinta a la anterior. La confianza en Dios inundaba mi alma. Mas la lucha íntima no me dejaba vivir con paz. El cambio de estado, de célibe a casado, benefició mi psicología un tanto encogida por el temor. Definitivamente yo no había nacido para la soledad del claustro o del celibato clerical. Había soñado con la altura de las montañas, pero aquel silencio llenaba de tristeza mi persona.
Hace tres años, unos Ejercicios Espirituales practicados con mis amigos de Seminario abrieron mi alma en hambre constante de Dios. Desde entonces mi trayectoria ha sido de continua conversión y de huida de la rutina, a pesar de que los días se repiten en igualdad aparente.
Me habló un amigo de la obra que había escrito Nicolás Caballero titulada “El camino de la libertad”. La noticia, así, a secas, no me produjo impacto. “Un libro más” – pensé – he leídos tantos...”. Nada nuevo bajo el cielo. Así pensaban los nazarenos de Jesús. No obstante seguí escuchando al amigo alguna de las ideas tomadas del libro que lanzaba en momentos oportunos de nuestra conversación. En él advertía gran paz en medio de la lucha diaria. Una indiferencia ignaciana difícil de conseguir en este mundo.
Siempre he considerado a mi amigo como hombre profundo. Con él he comentado nuestra afición común, la lectura. El modo de realizar este enriquecimiento del espíritu era muy distinto en mí y en él. Mientras yo optaba por leer muchas cosas, él leía “mucho”, pero pocas cosas. Todo lo convertía en propia sustancia, lo dominaba a la perfección. “Rumiaba” lo leído, como solía decirnos nuestro padre espiritual. Gustaba repetir el adagio latino: “Conviene leer no muchas cosas, sino mucho”. Habíamos llegado entrambos a una conclusión: “Sería hermoso disponer de dos vidas; una para informarse todo lo posible de lo que existe de bueno y de cultura en el mundo; otra, para profundizar en cuanto merece la pena de verdad”. Mi amigo ha elegido la mejor parte, ante la imposibilidad de disfrutar de dos vidas en este mundo.
El espíritu de este amigo siempre me ha cautivado. Tiene capacidad de arrastrar sin violentar. Posee un don de gentes poco común que le permite introducirse en ambientes distintos. Aun en sus mayores preocupaciones nadie sospecha lo que por dentro lleva, y es capaz de dormir de un tirón todas la noche, después de haber participado en una discusión acalorada. hijos de Dios, hasta el fin de nuestras vidas, suceda lo que suceda. Amén.
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