Educar con el ejemplo
Un hecho que no es aislado, y que cada vez preocupa más a los educadores. Pareciera que los padres tienen que ganarse el afecto de sus hijos asumiendo siempre su defensa –tengan o no razón- aunque ésta implique “agredir” a los que también han de educar a sus hijos con unas normas y una disciplina común a todos. Los maestros hoy se sienten inseguros y temerosos, y las bajas por depresión van en aumento al constatar que no tienen el apoyo de los padres y muchas veces ni siquiera de los centros a la hora de educar a los alumnos.
Ante hechos como éste uno entiende que el niño insulte, falte el respeto y no se adapte a las normas, porque a la vista está que es esto lo que aprendió en su casa y él no hace más que imitar lo que vio. Cabría la pregunta de quién es el que ha de educar a los padres, quien ha de educar a los educadores, porque los niños aprenden lo que viven, y lo que ven: eso harán.
Los de mi generación y los de las anteriores a la mía recordaremos que cuando regresábamos del colegio llorando porque nos había zarandeado un poco, o porque nos había reñido la “monja” o el tutor de turno, la respuesta era inmediata: -¡Algo habrás hecho!, y acto seguido venía el castigo familiar. Hoy las cosas han cambiado, el culpable es el educador, y es al que hay que acusar y denunciar.
Es urgente fomentar el diálogo en el seno de la familia, escuchar a los hijos, y sobre todo dar ejemplo -¡buenos ejemplos- porque son ellos los que dan autoridad a cuánto decimos. Ellos han de captar el cariño de los padres, pero lo que nunca podemos olvidar es que se han de transmitir valores y fomentar buenos hábitos, porque no todo lo que hacen o les “da la gana” está bien y porque siempre pueden mejorar.
Creo que nunca nos arrepentiremos de ser coherente y de dar a los hijos el tiempo que necesitan, como tampoco de llamarles la atención y de corregirlos cuando es necesario.
Pensemos y actuemos, no sea que lleguemos demasiado tarde.