Centro de Alegría Infantil de Mensajeros de la Paz en Cotonú (Benín) La casa de las cuarenta mil caras

(Lucía López Alonso). - Frutas en bandeja, sobre la cabeza de niños y mujeres. Ruedas de bicicleta. Cacahuetes cocidos. Gasolina sin depurar en damajuanas y otras botellas de vidrio. Ataúdes. Juegos completos de mesa y sillas de madera para el salón. Entre dispersas casas de techo de paja, en las cunetas de las carreteras de Benín, se puede vender cualquier cosa. Florent señala, desde dentro del coche, un lema en francés que alguien ha pintado en la parte trasera de un camión: El bien hecho nunca se pierde. "Eso significa Olaita, el nombre de mi hija", dice en español.

Florent Koudoro es el director de Mensajeros de la Paz en Benín. La ONG del padre Ángel lleva desde 2001 desarrollando su acción social en este país del África subsahariana, con sede jurídica propia y en colaboración con las diferentes asociaciones de la Red de Protección de la Infancia Vulnerable de Benín, que Mensajeros cofundó en 2014.

Cuando hace catorce años una segoviana contactó con un beninés para convencerle de que la reemplazara como líder de los proyectos de un sacerdote asturiano en África, ni Blanca ni Florent pudieron imaginarse que esa conversación estaba poniendo la primera piedra de un trabajo de ida y vuelta que pondría muchas otras primeras piedras. Que juntos conseguirían, ella desde Madrid y él desde Cotonú, hacer realidad mucha ayuda, logrando que se enamorasen de sus luchas desde múltiples empresarios y gobiernos autonómicos españoles, al propio cónsul honorario de España en este país del oeste africano.

Desde entonces, en Cotonú, la ciudad más poblada de Benín, el Centro de Alegría Infantil (CJI) de Mensajeros de la Paz da techo y vida en dignidad a niños y adolescentes. Rescatados de la esclavitud laboral o de diferentes situaciones de violencia doméstica o falta de recursos, estos menores se quedan en el hogar de Mensajeros hasta que Florent y su equipo consiguen reintegrarlos con garantías en su familia. Cuando esto no es posible, lo que se consigue con las mismas garantías es una familia beninesa de acogida.

Cualquier rincón del CJI es una demostración de que la cooperación internacional no es un fenómeno de combustión espontánea, sino que para que los proyectos fructifiquen, es necesario que alguien aporte los fondos y alguien gestione los recursos en el destino. Pero, sobre todo, que exista un estrecho diálogo entre ambos.

Florent Koudoro

La cocina, por ejemplo, hoy huele a garbanzos. "Estos son los que nos mandan de El Espinar, el pueblo de Blanca", cuenta Florent. "Los de aquí son más pequeños". La ludoteca se ha formado gracias a las campañas de la Fundación Crecer Jugando, que envía juguetes cada año. En el exterior, los perros de Florent cuidan del patio, en el que hay una placa que agradece la enorme colaboración de la familia Falcones. Los niños más pequeños se columpian, quitándose las chanclas para corretear sobre la arena. Esa tierra que, cada vez que recibe visitas, se empapa del agua de las ceremonias de bienvenida.

Y es que el agua, en un país que batalla cíclicamente contra la sequía, es un don celebrado como un dios. El agua y a veces incluso sus soportes, como cuando los niños corren a acercarse al borde roído de la carretera para gritarle a un coche de turistas, antes de que se marche, eso de bidon, bidon. Los niños de la carretera piden que les lancen latas y botellas de plástico, para poder reutilizarlas llevándolas a la escuela. Porque ni en el colegio a menudo tienen el agua potable asegurada, los niños piden el plástico que les sobra a los turistas.

Sin embargo, en el Centro de Alegría hay agua y alimento para todos. Acceso a la educación reglada y a los servicios sanitarios que hagan falta, y el respaldo y el cariño de Florent, un padre de todos que nunca se jubila. Los menores están en casa, a salvo y en paz, como lo que significa la palabra Ganvié. La ciudad lacustre (la más grande de África) beninesa, separada por el río de la otra ciudad. En Ganvié no hay electricidad, pero tampoco guerra. A salvo y en paz. De ella la gente baja en barquitas sin motor al embarcadero de la ciudad, a tratar de vender pescado y comprar todo lo que el agua no les da.

Al muro que rodea el edificio del Centro de Alegría Infantil de Cotonú lo decora, por último, un extraño conjunto de máscaras incrustadas en el cemento, en relieve cóncavo. "Son las caras de los niños que dejan el centro", cuenta Florent, y en seguida sonríe. Porque ese gesto de sacarles el vaciado en escayola y fijarlo en la pared antes de la partida, es un signo para la memoria. Del trabajo culminado. Del triunfo de una reintegración más. Un museo de los sueños de cada niño, representados por esos ojos cerrados para marcarse en el yeso. El bien hecho, que no se pierde nunca. La palabra Olaita. El centro de Mensajeros de la Paz es la casa de las cuarenta mil caras.

El niño-mariposa y el contador de historias

Koudoro da seguridad y hace reír a los niños con la misma naturalidad con que una artesana muele la karité. Su oficio le ha moldeado, dejándole permanecer pese al paso del tiempo con la creatividad, la pasión y la bondad propias de los que se comunican con frecuencia con los niños. Pero, como ocurre con la moledora de karité, el gesto de la costumbre no evita el dolor vinculado a la profesión. "Te encuentras historias que no olvidas. Quieres llorar y hasta suicidarte, porque cuesta darse cuenta de que no se puede salvar a todos los niños que sufren a nuestro alrededor", cuenta Florent.

El caso que más le impactó fue el del niño-mariposa. "Le acabamos llamando así, porque en su tribu le acusaron de brujo y le expulsaron simplemente porque guardaba pequeñas alas de mariposa". Un niño coleccionando la belleza y fragilidad que encontraba en la naturaleza. Un pueblo adulto lo juzgó. "Cuando le acogimos en el centro, en seguida me di cuenta de que a ese niño no le pasaba nada. Solamente era sensible. Le habían condenado por ser delicado. Le creían embrujado por hacer algo un poco diferente".

Que un ser tan vulnerable, que coleccionaba las huellas de otros seres más frágiles todavía, sobreviviera y prosperara en una sociedad a veces tan injusta, fue un éxito que todavía enternece a Florent. Una victoria del Centro de Alegría. "También recuerdo siempre el caso de otro niño brujo", cuenta Koudoro. "Su aldea le rechazó porque, siendo un preadolescente, contaba a los niños más pequeños con mucha teatralidad las historias de monstruos que su abuela le había contado a él de pequeño".

Un niño apartado por culpa de su imaginación. Por creer en los cuentos. Por transmitir con entusiasmo las fantasías que escuchó de pequeño. Florent se pregunta qué sociedad puede desear que sus niños crezcan sin imaginación y sin sensibilidad.

Recuerda a su abuelo, que al morir dejó bañada de su energía de campesino la tierra de su casa, y el aire, de sus canciones en el dialecto fon. Pero recuerda, por otro lado, a la madre de una de las niñas del centro, que murió en un vertedero, hundida por la droga. O al padre de otro de sus niños, que dejó a su hijo sin vista en un ojo de un solo latigazo. La abominable polaridad de la vida.

Como en la africana, en todas las culturas existen delicias y torpezas. Aciertos, errores y desafíos. El valor que la pobreza le otorga a las pequeñas cosas. La terrible elección entre el miedo de vivir en guerra y los padecimientos de la paz pese a la paz. La capacidad de multiplicación de la masa de maíz, el ñam y el alloco. El problema del hambre. La fuerza de las mujeres que acarrean agua, organizan comités femeninos y diseñan los símbolos de sus vestidos sin descolgarse a sus hijos de la espalda. El machismo cotidiano.

La riqueza de sus montañas, mesetas, lagunas y montes. Los desastres naturales inevitables, y las enfermedades que caen con la llegada de las bendecidas lluvias. El respeto democrático dentro de los poblados del país del que partieron los autores de la revolución de los esclavos en Haití. Los abusos intolerables de los que están en el gobierno central.

Todas las culturas tienen sus manifestaciones de sabiduría y humanidad y sus manifestaciones de infinita incomprensión. Su luz. Sus soledades. Sus credos. Sus tradiciones. Sus banderas. Sus cuidados. Pero hay algo más importante que cualquier cultura: los derechos de los niños y la obligación de responder a su necesidad de amor. Florent lo tiene claro. Los tesoros de los niños -su curiosidad, su alegría, su inocencia, sus juegos, su capacidad de ficción- no son brujería.

Para realizar una transferencia o un ingreso, lo puede hacer a través de las siguiente cuentas:

Banco Santander IBAN ES21-0049-5104-11-2016063667
La Caixa IBAN ES66-2100-2225-4602-0024-5787
Bankia IBAN ES62-2038-1005-1560-0084-0248

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