Conversión. III Domingo Ordinario Mc 1,14-20

La conversión en la Biblia siempre es arrepentirse del pecado: Donde hay pecado Dios exige la conversión. En el mejor sentido religioso, indica el abandono de lo que es malo a los ojos de Dios; y búsqueda del camino de la virtud, con una decisión clara y mantenida de lo que es recto y justo.

La conversión

III Domingo Ordinario
Mc 1,14-20

Por Fr. Antonino Peinador O.P. / Semanario Koinonía.- Arquidiócesis de Puebla



Explicación

En este domingo tercero, Jonás debe predicar la conversión en Nínive, intentando de sus habitantes el cambio de conducta. Y los ninivitas “se convirtieron de su mala vida”. La aclamación antes del evangelio, tomando las palabras de boca de Jesús, nos dice: “Conviértanse y crean en el evangelio”, mismas palabras que la Iglesia usa para imponer la ceniza el “miércoles de ceniza”.

Considerada la importancia de la conversión para la vida cristiana, el evangelio insiste en convencernos de esa importancia y de la puesta en práctica. La liturgia, fiel al espíritu de Jesús, no tiene reparos en volver sobre el tema en otras ocasiones: Nos pidió conversión en adviento; nos la pide hoy; volverá a hacerlo en cuaresma,… Y mientras haya pecado se nos va a exigir. Así la conversión se presenta como resumen o compendio de la misión de Jesús cuando predica el evangelio.

Por el mismo motivo de estar muy inculcada esta doctrina, algunos pensarán que es asunto sabido. Falta la respuesta a si hay conversión en nosotros.
Quien piense que ya sabe la doctrina, yo le pregunto si ha llegado a enderezar el camino, al que conduce el evangelio.

¿Qué es la conversión?
Conversión significa hacer un cambio de rumbo, el modo de pensar para dirigirnos hacia lo que Dios quiere. Esto nos hace pensar en tantas debilidades, tropiezos y caídas que se presentan en el diario caminar, que nos obstaculizan ir por lo digno, honesto, lo justo.

La conversión en la Biblia siempre es arrepentirse del pecado: Donde hay pecado Dios exige la conversión. En el mejor sentido religioso, indica el abandono de lo que es malo a los ojos de Dios; y búsqueda del camino de la virtud, con una decisión clara y mantenida de lo que es recto y justo.

Signos de la conversión pueden ser las prácticas exteriores: Intensificar la oración, los sacramentos -confesión y comunión-, practicar las obras de misericordia y las demás virtudes… Hay otros muchos signos y gestos que son puestos en práctica desde el momento que se siente la necesidad de la conversión.

Se corre el peligro de creer que con estas prácticas exteriores, con sentido material y ritualista, ya se ha recorrido el camino de la conversión y que se alcanza la perfección. No nos equivoquemos. La conversión más que los actos exteriores es una actitud interior, desde el corazón y el pensamiento. Por eso, ante la costumbre que tenían los judíos de dar señales exteriores de conversión rasgando las vestiduras, Dios nos dice: “No rasguéis vuestras vestiduras; rasgad vuestro corazón”.

Un lector sensible al mensaje de la Biblia, advierte cómo los profetas subrayan la interiorización de la conversión. Van a usar palabras como hacer el bien y odiar el mal, estar dispuestos a obedecer a Dios, mejorar la propia conducta…

¿Quiénes son los que se tienen que convertir?
Hay una sentencia muy conocida en el evangelio que nos viene como anillo al dedo: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Todos sabemos que estas palabras las dijo Jesús cuando muchos acusaban a una mujer “sorprendida en adulterio” (Jn. 8, 3-7).

Mientras peregrinemos sobre la tierra en busca del cielo estaremos en deuda con la honestidad, la caridad, la justica, la templanza y las demás virtudes... En consecuencia tropezamos con las equivocaciones, las envidias, la soberbia, los egoísmos, los fraudes y tantos y tantos errores y pecados. De todo esto nos tenemos que arrepentir y cambiar hacia lo bueno, lo honestos, lo justo.

La pérdida del sentido del pecado: Para saber si soy yo quien tiene que arrepentirse y cambiar el rumbo de las pisadas, tenemos que hacer un examen de conciencia, de esa conciencia que se ha encallecido y ya no tiene sensibilidad para sentir el pecado.

El Apóstol Juan escribía conmovido en su Primera Carta: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos. Si confesamos nuestros pecados, justo es Jesús para limpiarnos de toda maldad”. Estas palabras son clave y efecto de la conversión.

Juan Pablo II se quejaba de que en el presente hay una gran pérdida del sentido de pecado. Y da las razones:

• Por endurecimiento y deformación de la conciencia.
• Por el hedonismo reinante. El hombre está embriagado por el consumo y el placer, y se olvida del pecado; o, peor aún, quiere convencerse de que no hay pecado.
• Esta embriaguez le lleva a la soberbia y orgullo, que le impide ver los errores y la malicia de sus actos.
• La inversión de valores: ¡La moral no importa! Mejor satisfacer caprichos y sensualidades.
• Los medios de comunicación, que convencen de que no hay pecado en una gran cantidad de aberraciones que divulgan a los cuatro vientos.
• Someter el amor a Dios a burdos sofismas: Si tanto me ama no puede castigarme...
¿A dónde lleva esta pérdida del sentido de pecado?
• A una mínima o nula práctica de la confesión.
• Al oscurecimiento de la conciencia moral y religiosa.
• A la anulación del sentido de pecado.
• A la mentalidad de que se puede obtener el perdón directamente de Dios.
• A la rutina de la práctica de la confesión, que se hace sin preparación y sin fervor.
• Al ritualismo, que quita al sacramento su significado y eficacia formativa.
Dijo el Papa polaco: “Pecar no es sólo negar a Dios, pecar es vivir como si Dios no existiera”(Rec. y Penitencia 18).

Aplicación

La conversión es reconocer limitaciones, necesidad de cambio de manera de pensar, corregir las equivocaciones, enderezar el camino. Es ponernos en camino con las palabras del hijo pródigo: “Me levantaré e iré a mi Padre y le diré: He pecado contra el cielo y contra ti...”

¿Soy capaz de tomar esta actitud? Soy capaz, por lo menos ante Dios, de reconocer mis errores, mis pecados?
Levantémonos, pues, y vayamos lo mejor dispuestos a someternos al juicio benévolo de nuestro Padre.

Examinemos la conciencia y sintamos que necesitamos la “conversión”, el arrepentimiento. Necesitamos el perdón, y con el perdón conseguimos la gracia santificante.

Dios nos espera, como al “hijo pródigo”, para perdonarnos.
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