A 90 años de los acuerdos entre el Estado y la Iglesia. Hurgando en los archivos vaticanos

plutarco

Retomemos los viejos acontecimientos de lo sucedido en México en los tiempos previos a la persecución a los católicos en la llamada “guerra cristera”, pero ahora desde una perspectiva de la Iglesia. Al menos de lo que hemos investigado en la bibliografía a nuestro alcance, particularmente la información proporcionada por los Archivos Secretos del Vaticano (ASV) y de los Jesuitas (ARSI).

Comencemos  nuestro análisis con este relato que nos regala Félix Navarrete, en su libro  “Sí hay persecución religiosa en  México” y  Enrique Krauze en su libro Álvaro Obregón, el vértigo de la victoria, FCE, México 1987.

“En febrero de 1915, sitiado el general Obregón por fuerzas enemigas del carrancismo solicitó al Arzobispado de la Ciudad de México la cantidad de 50,000 pesos para que se entregase a un comité de civiles que se encargaría de socorrer a los hambrientos (aunque se dice que la suma era 10 veces mayor). El Vicario General respondió no tenerlos y menos para el plazo tan perentorio en que los exigía, pero se comprometió a dar inmediatamente instrucciones a los párrocos para comprar cereal, ropa y lo que hiciera falta para socorrer a los necesitados, incluso por una cantidad superior a la requerida. El general Obregón urgió la entrega de la suma cuanto antes y de nueva cuenta le fue negada. Entonces giró una orden al Prelado indicándole que citara al día siguiente a todos los sacerdotes en el Palacio, para que recibieran órdenes directas del gobierno. El Vicario de la Diócesis transmitió el comunicado de Obregón, dejando a los sacerdotes en libertad de presentarse a la cita. Acudieron en número de ciento ochenta, quizá pensando que de no hacerlo se exponían a un mal mayor. Se les hacinó en un patio interior, donde fueron objeto de burlas por parte de la soldadesca. Cuando los más ancianos, después de varias horas, comenzaron a quejarse de insolación y, en algunos casos, de afecciones estomacales, les llevaron un aprendiz de médico que, para seguir humillándolos, les práctico un <examen general> en el que diagnóstico que tenían enfermedades venéreas 49 de los detenidos. Posteriormente fueron expulsados de la Ciudad de México 167 de los 180 sacerdotes”

Un magnífico trabajo de tesis doctoral de Juan González Morfin -JGM-  intitulada, La guerra Cristera y su licitud moral (Pontificia Universitas Sanctae Crucis, Roma 2004) nos conduce por la ruta histórica de los antecedentes y sucesos del movimiento armado desde la perspectiva que hemos ya mencionado. Por lo que lo iremos citando a lo largo de este trabajo, como una referencia para este ejercicio.

“La situación de franca persecución obligó a los obispos mexicanos a refugiarse en Cuba y en los Estados Unidos”.

El Papa Benedicto XV aún viviendo los horrores de la Primera Guerra Mundial, “escribió una carta personal al arzobispo José Mora y del Río, en que le expresaba su preocupación por el grave estado en que se hallaba la Iglesia mexicana. Esta epístola será el primero de los muchos documentos pontificios en que se haga referencia a la situación de persecución que, con diferentes intensidades, sufrieron los católicos mexicanos desde 1914 hasta el comienzo de los años 40″.

Los inicios de la guerra cristera

Fragmentos de la carta enviada por el Ilmo. Y Rmo. Sr. Arzobispo de Michoacán

Dr. D. Leopoldo Ruiz  y Flores  (Arch.deleg.Messico b48, f249, ASV)

Comunicación fechada el 23 de octubre  1926

Señalan los que suscriben:

“Acaba de llegar aquí la  noticia del nuevo presidente para los dos años de intervalo; parece que no da mucho que esperar; pero cuando Dios diga hasta aquí, no habrá quien resista: Oremos y esperemos”.

En la carta se apela al pensamiento principal del Santo Padre Pío XI de que todos los Prelados  permanezcan unidos  como lo han hecho desde el inicio del conflicto religioso, “para evitar escisiones, que son siempre perjudiciales y pudieran causar mal efecto entre los fieles, y aún escándalo, el que expresamente nos ha recomendado la Santa Sede que procuremos evitar.”

Se trata de llegar a cualquier arreglo que el Papa juzgue conveniente y  sin peligro por parte del  pueblo, para ello se necesita de la unidad y de “sosegar los ánimos”.

Y continúa la carta.

“Nada parece más justo ni conveniente que esta uniformidad y muestra de caridad fraterna; pero precisamente por esto debemos recordar que en nuestra Carta Pastoral Colectiva del 25 de Julio de 1926, todos los Prelados Mexicanos, sin excepción ninguna, unidos estrechamente para defender los sacrosantos derechos de la Iglesia y apoyados en lo que su Santidad Pío XI, profundamente conmovido por la persecución religiosa que se había desencadenado en nuestra Patria, nos decía en su consoladora Carta Apostólica del 2 de febrero del mismo año:

“Cuán inicuos sean los decretos y leyes que entre vosotros han sancionado gobernantes enemigos de la Iglesia, contra los católicos de la República Mexicana, apenas necesitamos decirlo a vosotros, que agobiados hace tiempo con su pesado yugo, sabéis perfectamente que tales mandatos tan lejos están de fundarse en la ordenación de la razón y de mirar, como debiera ser, al bien común, que, por el contrario, ni siquiera merecen el nombre de leyes.”

“Decíamos nosotros a la vez a nuestros fieles, afligidos por la expedición de la última ley gubernamental del 2 de julio (también se relaciona a la ley Calles, oficialmente llamada ley de tolerancia de cultos, fue una ley mexicana expedida el 14 de junio de 1926 cuyo fin era controlar y limitar el culto católico en México), que esa ley de tal modo vulnera los derechos divinos de la Iglesia, encomendados a nuestra custodia; es tan contraria al derecho natural, que no sólo asienta como base primordial de la civilización, la libertad religiosa, sino que positivamente prescribe la obligación individual y social de dar culto a Dios; y es tan opuesta, según la opinión de eminentes jurisconsultos católicos y no católicos, al derecho constitucional Mexicano: que ante semejante violación de valores morales tan sagrados, no cabe ya de nuestra parte condescendencia ninguna. Sería para nosotros un crimen tolerar tal situación; y no quisiéramos que en el tribunal de Dios viniese a la memoria aquel tardío lamentó del Profeta;  “Vae mihi quia tacui.”  Y poco más adelante decíamos:

“Por esta razón, siguiendo el ejemplo del Sumo Pontífice, ante Dios, ante la humanidad civilizada, ante la patria y ante la historia, protestamos contra ese decreto. Contando con el favor de Dios y con  vuestra ayuda, trabajaremos para que ese decreto y los artículos antirreligiosos de la Constitución sean reformados, y no cejaremos hasta verlo conseguido.”

Con esta visión y determinación se expresan las posturas frente a las leyes antirreligiosas que se promulgaron en aquellos años.

De esta manera termina su participación el Arzobispo de Michoacán, subrayando la unidad frente a la ley, que a todas luces la consideran injusta.

En particular establecer como enemigos a aquellos gobernantes que la promulgan y recurrir a la protesta como respuesta, determinados a luchar hasta conseguir la reforma de esos decretos y artículos.

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