López Obrador y la Santa Sede: Justas coincidencias, notorios desatinos




Guillermo Gazanini Espinoza / No pasa inadvertido el momento en que el nuncio apostólico Franco Coppola y el presidente electo Andrés Manuel López Obrador se dan la mano bajo la mirada de la litografía de Juárez, adusto y serio, en este momento particular de la historia y de las relaciones entre la Iglesia católica – Estado mexicano.

Ciento cincuenta y siete años atrás, en 1861, un parco telegrama del encargado del despacho de Relaciones Exteriores, Melchor Ocampo, era dirigido al delegado apostólico, Mons. Luis Clementi. Pedía el inmediato destierro expulsando al diplomático vaticano por disposición del presidente de la República. Bajo el lema de “Dios y Libertad”, Ocampo rompería las relaciones con la Santa Sede después de la guerra de reforma. Hasta 1896 no habría un representante papal en México y en 1992, el restablecimiento de relaciones diplomáticas inauguró la formalidad de un representante oficial del pequeño Estado pontificio.

Las coincidencias con el próximo gobierno merecen atención especial sobre todo por lo que Andrés Manuel López Obrador tuvo por convocatoria el 1 de julio en el discurso de la victoria. Invitar a las iglesias y confesiones al proceso de transformación. El énfasis especial a la Iglesia católica tuvo un misil que quiso ser de precisión cuando López Obrador, en la pasarela de candidatos ante el pleno de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), lanzaría una invitación formal al Papa Francisco para ser mediador en el proceso de pacificación del país.

A nadie es extraño que, en cada sexenio, la capitalización papal para los propósitos presidenciales en turno es extraordinaria oportunidad para legitimar la política y, de paso, sacar unos puntos más de aceptación entre el pueblo y más por Andrés Manuel quien, al momento, gozaría de un gran respaldo ciudadano.

Sin embargo, las relaciones entre el gobierno de Andrés Manuel y la Santa Sede pasan por un tamiz especial y, desde luego, hablan de la gran experiencia diplomática vaticana, la paciencia de la Iglesia y de su aprendizaje de la historia. Tras la ansiedad y tropiezos de Loreta Ortiz y las complicaciones e inexperiencia de los colaboradores del próximo presidente quienes perjuraron y garantizaron la presencia papal en los foros de pacificación, a través de delegados, la Iglesia católica mexicana fue cautelosa para saber cómo podría darse la colaboración en este tema de especial sensibilidad. Lo primero era la invitación formal y el Episcopado mexicano lanzó señales de simpatía a los foros de Andrés Manuel con la designación de un hombre que sabe del tema: Mons. Carlos Garfias Merlos, Arzobispo de Morelia.

Carlos Garfias, en conferencia de prensa el domingo 10 de septiembre dio pormenores de lo que Andrés Manuel y los obispos de México trataron en la reunión de la semana pasada en Monterrey mientras tenían una encerrona de estudio y descanso. De acuerdo con el prelado, la visita de López Obrador tuvo propósitos específicos a través de un diálogo propositivo. Entre esos estuvieron la presentación del programa de gobierno de la administración 2018-2014 en cinco ejes, el marco legal del gobierno, los aspectos relativos a la Ley de Ingresos y el presupuesto de egresos del 2019, la licitación de obras, dispersión de fondos para los pobres, jóvenes y personas de la tercera edad y la integración de la estrategia de seguridad y pacificación sin dejar de lado los temas que los obispos consideran urgentes: pobreza, migración, violencia, corrupción, impunidad, vida y libertad religiosa para todas las confesiones.

Después de la reunión, los obispos mostraron un especial beneplácito por este acercamiento que daría otro paso cuando, ayer lunes 10 de septiembre, en la casa de campaña del presidente electo, el encuentro con el nuncio apostólico, Mons. Franco Coppola, ratificaría la intención del nuevo gobierno por crear lazos más estrechos con la Santa Sede.

El canciller de la próxima administración y sucesor en el cargo de Melchor Ocampo, Marcelo Ebrard Casaubón, describió lo que interesa a la Santa Sede en tres áreas: La búsqueda de la paz en México, abatir la desigualdad calificada por Ebrard como “oprobiosa” y el futuro de la juventud mexicana, por demás grupo social de especial interés del Papa por el próximo Sínodo (3 al 28 de octubre) y la JMJ de Panamá (22 al 27 de enero, 2019). Ebrard no ocultó el “interés” y entusiasmo de Andrés Manuel López Obrador por los proyectos del Papa Francisco en relación con los jóvenes finalizando con la posibilidad de “dejar las puertas abiertas” para una eventual visita del Santo Padre al país.

Sin embargo, y de acuerdo con las declaraciones de Ebrard Casaubón, de los temas principales, la pacificación del país, parece no haber mayor repercusión lo que parece un desatino. A pregunta expresa, el futuro canciller planteó que el proceso de paz es abierto a todas las iglesias y comunidades religiosas. “No estamos esperando del Santo Padre mas que su mensaje o punto de vista como otros que lo pueden dar. Con las iglesias ya estamos trabajando… Con el Santo Padre, pues todos los días está dando mensajes importantes”.Ebrard remitió al mensaje del Papa Francisco al pueblo de México el pasado 2016 “como buen punto de partida” y sin tomar las posibilidades de un futuro concordato o acuerdo legal, Ebrard reduce esta importancia del diálogo con el Santo Padre como el que se da con alguien que dirige “una congregación importante” como lo es la Iglesia católica.

López Obrador y Ebrard, personaje con un caudal de choques con la Iglesia cuando fue jefe de gobierno del Distrito Federal, no pueden ignorar el importante papel de cientos de ministros y sacerdotes en la pacificación y de la atención de las víctimas de las violencias, cosa que destacó Mons. Garfias Merlos el pasado domingo. Tampoco puede desecharse el buen estado de las relaciones México-Santa Sede que, en un último punto, vio un nuevo capítulo con la inauguración de la magna exposición “Tesoros del Vaticano” en el colegio de san Ildefonso de la Ciudad de México con la presencia altos funcionarios de la Santa Sede y del bibliotecario vaticano, Mons. Jean-Louis Bruguès. Se vislumbraba, a la vez, una consolidación cuando justo hace casi un año, y contrario a lo que dice Ebrard, el actual canciller Luis Videgaray y el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Pietro Parolin, acordaron la conformación de una Comisión Binacional para integrar un convenio marco de colaboración en temas educativos, culturales y de cooperación jurídica.

La noticia que constituyó uno de los principales frutos entre el Estado Vaticano y México los cuales, durante la etapa del restablecimiento de relaciones, han tenido la participación de autoridades de ambas partes en conferencias sobre el respaldo mutuo en temas de interés común en foros internacionales, las garantías en defensa de los derechos humanos, los derechos de los migrantes especialmente de los que cruzan hacia Estados Unidos, la convivencia pacífica entre los pueblos y el respeto de los derechos fundamentales de la persona.

Quizá el adusto Juárez preguntaría a quien quiere encabezar la pretendida “Cuarta Transformación” cuáles sin los límites y linderos, los aciertos y desatinos, del estado laico liberal comprometido con la protección de la libertad religiosa y la intervención de las iglesias en una situación tan grave para aplacar la violencia en el país y colaborar en el desarrollo y la paz. Aciertos son necesarios, desatinos deben desterrarse.

Por lo pronto, el nuncio apostólico correrá mejor suerte que su predecesor del siglo XIX expulsado por el gobierno liberal de Juárez en 1861. Será uno de los invitados a la toma de protesta de Andrés Manuel López Obrador el 1 de diciembre.

Volver arriba