“Este Papa no me convence”

Guillermo Gazanini Espinoza / CACM. León, Gto. 23 de marzo.- Muy de madrugada salí del territorio jalisciense, vecino al de Guanajuato. Tras tres horas de camino, León se veía al horizonte y la seguridad a cargo de las fuerzas armadas escrutaba a cualquiera que ingresara a la ciudad pontificia: un retén, varios soldados, perros y armas resguardaban la entrada de la ciudad que conduce a la vecina Lagos de Moreno, lugar donde el crimen organizado, en los últimos años, ha cometido actos que han lastimado al vecino estado de Jalisco.
A las nueve de la mañana, León comienza a moverse. Mientras avanzo por sus calles para ir al centro, algunas parroquias, entre ellas la de la Virgen de Czestochowa, concentra a los fieles portando estandartes y banderitas con los colores pontificios. La gente se moviliza, todavía la espera es larga. Mientras subo a un taxi que me llevaría al canal 4 de la televisión guanajuatense, el chofer, desconsolado, me dice de la escasez de pasaje: “el trabajo anda flojo. No hay gente que use taxis, la mayoría vienen en autobuses rentados, esperemos que esto mejore con el paso de los días mientras está el Papa, a ver cómo se pone… Mucha gente podría venir el domingo, a la misa, pero ojalá no pasen de largo, para irse a Silao. Todavía esto puede componerse…”
Después de mi visita al canal 4, decido ir al centro de la ciudad y a los lugares donde la prensa se reúne. El boulevard Adolfo López Mateos congrega, pasado el medio día, un número de jóvenes entusiastas que vitorean al Papa Benedicto quien viene volando sobre el Atlántico: “Benedicto, hermano, ya eres mexicano…” “¿Estamos todos tristes? No, no!” Los mensajes se asoman en el recorrido papal: “Papa, reza por México y la paz”, mantas que rivalizan con aquéllas en Silao donde un Benedicto XVI simula dar la comunión al dictador alemán. No importa el calor y la espera, jóvenes y niños; mujeres, hombres y ancianos, personas discapacitadas, familias enteras inician la marcha hacia la ruta para encontrarse con el vicario de Cristo.
En el recorrido, los policías federales observan a propios y extraños. Sus miradas escrutan locales y personas, a nadie molestan, sólo observan. Un peregrino pregunta algo sobre el recorrido y, amablemente, el hombre policía señala hacia la avenida foco de atención. Los uniformados de verde, los elementos del ejército, resguardan las instalaciones del hotel que alberga al centro de prensa; las armas del alto poder amedrentan a cualquiera y, mientras los militares observan, desde el cielo otros ojos vigilan León. Un helicóptero verde, con el triángulo tricolor, símbolo de la fuerza aérea, corta el cielo eclipsando los gritos de los jóvenes entusiastas; otro, más pequeño, pasa por encima de la ruta papal antes de la llegada del Papa Benedicto. A las 16 hrs, sólo algunos minutos antes del aterrizaje del avión de Alitalia, el boulevard Adolfo López Mateos es el lugar más asistido de León; peregrinos y voluntarios apiñados, unos tras otros, se desbordan de alegría, se corre la noticia, Benedicto XVI está próximo al aeropuerto de Silao. No importa el sol quemante ni el calor de más de 30 grados, vale la pena la espera. Aún faltan varios minutos para ver al Papa. Los puñados de jóvenes, por la mañana, se han transformado en multitud; Federico Lombardi, después de esta jornada, diría que entre 600 y 700 mil personas vitorearon el paso del Papa alemán.
Hubo otros a quienes no gustó el entusiasmo católico. Primero, unas mantas desafortunadas en Silao, evocando un falso pasado nazi de Benedicto; otros, un bucólico grupo de paladines defensores del laicismo, congregados frente al centro de prensa, despliegan carteles pro defensa del estado laico entronizando la imagen del Benemérito de las Américas; rápido son ahogados sus gritos por la algarabía de miles que vibran con la visita del Papa a Guanajuato.
Y hubo otro grupo, el de los pasivos e indiferentes a posicionar una reacción a favor o en contra; mientras me dirigía a la plaza del zapato de León, un hombre joven, tal vez obrero, sostenía una acalorada charla con otro colega. Cansado, fastidiado y molesto hablaba de los cortes de tráfico y los cierres que habían interrumpido un desarrollo eficaz de sus labores. Habló de las mantas de Silao, respondiendo con carcajadas a lo que, según su percepción, había sido una buena broma y, peor aún, su opinión sobre el visitante distinguido: “Este Papa no me convence. Como Juan Pablo II, no hay otro. Él sí tenía cara de ternura, en cambio éste, no me convence nada…”
En otra ocasión expresé que el Papa Ratzinger no es mediático como su antecesor. Su expresión y semblante son las de un hombre cansado, pero de voluntad férrea y celoso de la predicación del Evangelio. Este tercer grupo es el más difícil, los bautizados de la apariencia, urgidos del impacto mediático, del sentimentalismo por encima de la reflexión. Sólo el 10%, dicen los especialistas, de los casi 93 millones de católicos mexicanos están comprometidos con su fe; los demás, viven la situación alarmante del catolicismo movido por pasiones. Si apostamos a lo mediático, la gloria del Papa Ratzinger es efímera; si vemos la profundidad del mensaje que deja a los mexicanos, se puede asegurar algo: detrás de la voz parsimoniosa está la denuncia de un pueblo nominalmente católico, pero espiritualmente seco, como el panorama del paisaje guanajuatense que recibió al sucesor de Pedro. No preocupa el futuro de los que vitorean hoy al Papa, es más bien la incertidumbre que generan los millones de católicos mexicanos que viven contrariamente a lo que predicó esta tarde de viernes 23 de marzo, aniversario del sacrificio del mártir Óscar Arnulfo Romero: vivir un cristianismo pagano, apartado y ajeno a la fe, la esperanza y la caridad.