¿Pastor todoterreno?
Guillermo Gazanini Espinoza / En “El político y el científico”, Max Weber (1864-1920), justifica las causas de dominación legítima en las entidades políticas subrayando las que los superiores amarran por los nudos de la “violencia legítima”, es decir, elementos que permiten la superioridad de los hombres sobre los hombres. Weber dice que hay diferentes justificaciones internas en los aparatos de gobierno, entre ellas la construcción del carisma del gobernante a través de “la entrega puramente personal y de la confianza, igualmente personal, en la capacidad para las revelaciones, el heroísmo u otras cualidades de caudillo que un individuo posee. Es esta autoridad carismática la que detentaron los Profetas o, en el terreno político, los jefes guerreros elegidos, los gobernantes plebiscitarios, los grandes demagogos o los jefes de los partidos políticos…”
Las características enunciadas son de actualidad, sean en una carrera política secular o en la estructura eclesiástica cuyas particularidades, esencialmente, podrían envolver la construcción del mito para obtener “la obediencia de los súbditos (a fin de que) está condicionada por muy poderosos motivos de temor y de esperanza (temor a la venganza del poderoso o de los poderes mágicos, esperanza de una recompensa terrena o ultraterrena) y, junto con ellos, también por los más diversos intereses” diría el sociólogo alemán.
Resulta interesante lo anterior para aplicarlo en el caso de los 100 días del inicio de un gobierno arzobispal caracterizado en la construcción de una supuesta autoridad carismática que gravita e insiste en una identidad de renovación. Es el caso de Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de México.
Bajo veladas intenciones de una demagogia eclesiástica, al Arzobispo Primado de México se le ha venido dando un impulso artificial que ha chocado con una realidad que, al inicio, provocó un escepticismo ahora rayando en la desesperanza y la desconfianza particularmente de un presbiterio que ve cómo, con franca desilusión, años y décadas de construcción de una estructura pastoral se va haciendo añicos ante lo que han calificado como una serie de imposiciones que hicieron de lado el diálogo, el aprovechamiento de las capacidades y de las inercias naturales del trabajo pastoral que se venía desarrollando en la Arquidiócesis de México, ahora en franca parálisis hasta saber qué decretazo se le ocurrirá al Arzobispo después de ocho encuentros de pocas horas con el presbiterio cuando visitó cada una de las vicarías territoriales de pastoral.
Entre los primeros errores de este gobierno arzobispal fue la construcción de un grupo compacto que ha blindado al cardenal. Nadie puede llegar a él si no es a través de este selecto filtro. Este grupo se ha ocupado de los dos ejes en los que se parece mover el estilo de Aguiar: el control económico y la construcción del culto a su personalidad por parte de un errático equipo de comunicación social. Lo más que han hecho es tejer títulos y calificativos a su Eminencia como si se tratara de lo mejor que le ha sucedido al Arzobispado de México desde que Fr. Juan de Zumárraga recibió la tilma de san Juan Diego: Magnético en su personalidad, obispo todoterreno, intelectual y dialogante hasta con el más pobre entre los pobres.
El desmantelamiento de los medios de comunicación cedió ante la pura maquila de artículos de baja trascendencia e impacto. SIAME se convirtió en reproductor de notas renunciando a su vocación de fuente para sufrir una especie de mutación en página de sociales donde se exhiben notas benévolas y galerías de fotografías sobre las actividades del cardenal Aguiar como si se tratara de un político en campaña endulzando, adulando y reforzando el mito de la personalidad magnética.
No puede dejarse de lado el virtual tiro de gracia del semanario Desde la fe y el suplemento ECO que ahora se tratan de dejar en una especie de animación con respiración artificial dirigiendo a los párrocos un cuestionario “para evaluar el contenido y desempeño del semanario Desde la fe”, una encuesta que no cumple con la palabra empeñada que juró aprovechar la posición del informativo el cual, desafortunadamente, se dejó que tuviera una agonía y muerte reflejo del virtual aniquilamiento de la libertad de expresión desde la Arquidiócesis de México referida en su crítica al exterior y opinión sobre asuntos sociales.
Es por demás errático este manejo que en últimos días, ante la aparición de volantes o panfletos electorales degradando a la imagen de la Virgen de Guadalupe, el cardenal Carlos Aguiar, “custodio nato de la guadalupana” y su equipo de comunicación decidieron replegarse en omisivo silencio que suscitó descontento y decepción. Afortunadamente, la Conferencia del Episcopado Mexicano respondió con un fuerte pronunciamiento y otras diócesis, como la de Cuernavaca, demandaron respeto a la imagen de la Santísima Virgen a fin de que dejara de ser un botín político.
Por otro lado, en el ámbito económico, sus consultores han demostrado su preocupante impericia al no conocer los mínimos conceptos de pastoral económica o de lo requerido por el derecho de la Iglesia al grado tal que los mismos sacerdotes, en las pocas reuniones que han sostenido, les han movido literalmente el tapete. No sólo echaron abajo las evidentes preguntas inducidas y capciosas de un cuestionario que se hizo circular entre el clero arquidiocesano, también les demostraron su escasa capacidad del manejo o conocimiento del ámbito económico construido en la Arquidiócesis de México -como la sistematización y el ordenamiento económico, las actualizaciones conforme a los requerimientos fiscales actuales o la estructura legal exigida conforme a la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público-
La prestigiada consultora contratada por Aguiar Retes, y de la cual aún se debe cuánto costará a los fieles de la Arquidiócesis de México y de dónde se sacarán los fondos para pagar los servicios, vino a proponer recursos inútiles cuando lo necesario es la materialización de soluciones reales para mejorar lo construido. Las consultas, de las cuales la principal queja ha sido la burocratización y atención como si se tratara de agencia de contrataciones, arroja los primeros resultados negativos particularmente en la seguridad de los sacerdotes. Recientemente un comunicado firmado por el moderador de la curia, Guillermo Moreno Bravo, advertía de llamadas de extorsión por “una persona que dice ser asistente personal del Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, o bien, parte del equipo de consultores económicos”.
Sobre el impulso pastoral existen mensajes confusos y ambivalentes. El jueves santo de este 2018 señaló que el modelo de Unidad Pastoral había suscitado más dudas que aceptación de parte del clero. Al haber dicho que sólo se sumarían quienes estuvieran de acuerdo con el esquema y sería obligatorio para las generaciones de neosacerdotes, las cosas cambiaron sin mayor consulta poniendo en serios predicamentos a los obispos auxiliares para proponer en cada vicaría los mejores lugares para instalar las mencionadas unidades. Lo que parecía un experimento ahora se perfila como una propuesta a implementarse definitivamente cuando la avanzada del clero del Tlalnepantla está metiendo las manos en la Iglesia capitalina para apuntalar las unidades pastorales en parroquias con la suficiente capacidad estructural y económica y lograr el arranque definitivo del programa estrella de Carlos Aguiar.
Más preocupante es el trato y relación con el laicado en general el cual ha sido pobre o escaso por decir lo mejor. Lejano, el cardenal de “la hora del laico” no ha tenido más que mensajes de pocos minutos a través de Facebook para los fieles de la Arquidiócesis. Esto no garantiza que palabra y voz lleguen a cada católico cuando los bautizados de esta Iglesia no están obligados a seguir en redes sociales al Arzobispo. Ni una carta, -salvo el mensaje a catequistas del martes 15 de mayo- o pastoral, después de 100 días, se ha dignado en dirigir a los más de ocho millones de fieles quienes, quizá ni en un 1%, saben con certeza quién es el cardenal Aguiar; sin embargo, esa gran parte anónima de la Iglesia será la que llevará la carga más pesada cuando se dé un posible decretazo de su Eminencia para modificar la formación de iniciación cristiana a los sacramentos de la Eucaristía y de la Confirmación y son quienes, al final, depositarán sus colectas y limosnas que soportarán esta visión empresarial que realizan los más allegados al Primado de México.
Se ha dicho que en julio próximo vendrán “cambios de gran calado” para la Arquidiócesis. Lo que puede vislumbrase es el nombramiento de funcionario curiales importantes hechos a imagen y semejanza del señor Arzobispo. Por lo pronto, y donde no hay mucho cuestionamiento, es el arranque del nuevo estilo de formación sacerdotal que, prácticamente, pone al borde de la extinción al seminario menor de la Arquidiócesis de México. Otros posibles cambios, en los que laicado y fieles tendrá un golpe más directo, serían el virtual desmembramiento de la Arquidiócesis de México-Tenochtitlán para dejar a las periferias en eso, periferias que no sean un gran peso y molestia para la autoridad Arzobispal y más bien subsumirlas en la Provincia donde él sería un metropolitano absoluto; sin embargo, para esto se requiere de la intervención del Episcopado mexicano y de las autoridades vaticanas correspondientes.
Al iniciar esta opinión, se citó al sociólogo Max Weber y su teoría del poder justificada en la adulación al caudillo. En esta Arquidiócesis bien valdría repasar de nuevo esas tesis ante lo que se conforma como un gobierno de núcleos compactos, incondicionales y aduladores. Aquí ya no cabe ni el diálogo o la consulta cuando Consejo de Consultores y senado presbiteral prácticamente han sido desmantelados mientras que el Consejo de ocho obispos de la Arquidiócesis tienen poco margen de maniobra para influir en estas importantes decisiones que tienen más de unilateralidad que de colegialidad. Ante estos cambios, con más dudas que certezas, aparece un nuevo demagogo que, como bien afirma Max Weber, “vive para su obra”. Ese es su Eminencia Carlos Aguiar, adulado como pastor todo terreno.