Al borde del abismo. Dos sacerdotes víctimas del crimen

Guillermo Gazanini Espinoza / 30 de marzo.- En México no hay tregua contra enemigos invisibles. En esta semana, dos hechos vuelven a encender los focos rojos en la Iglesia católica. Apenas el domingo se dio a conocer el asesinato del padre Felipe Altamirano Carrillo del clero de la Prelatura del Nayar, este miércoles 29 de marzo, el obispo de la diócesis de Tampico, Mons. José Luis Dibildox Martínez, aparecía ante los medios de comunicación para lamentar el secuestro del padre Óscar López Navarro de la Comunidad de Misioneros de Cristo Mediador.
De acuerdo con Dibildox Martínez, la comunidad religiosa habría entrado en negociaciones con los captores del clérigo privado de la libertad el martes 28 de marzo a las puertas del seminario de la diócesis y, al momento, no hay resultados concretos en cuanto a su paradero, motivos del secuestro o avance en las negociaciones para regresar con vida e integridad física a López Navarro.
La ola de violencia y crimen en México azota a cualquier nivel social y los índices aumentan contra los argumentos de las autoridades sobre el descenso del crimen e impacto de los delitos. Estamos en el punto de cuestionar la capacidad en la procuración de justicia y de prevención del delito porque los hechos sangrientos son comunes, crímenes cotidianos que van tomando un lamentable cauce de normalidad en regiones asoladas por el crimen organizado a pesar de las cruzadas y programas, estrategias y planes de seguridad que burlan a la ciudadanía haciendo del país un estado rehén del crimen.
Hay mexicanos desaparecidos, la incapacidad oficial obliga a los padres y familiares de las víctimas a asumir las obligaciones que procuradores y ministerios públicos ya no pueden cumplir. En 2015, 23.3 millones de mexicanos fueron víctimas del delito y la cifra de crímenes no denunciados fue de 93.7% a nivel nacional, mientras que en 2014 fue de 92.8 por ciento. Los delitos frecuentes son el robo, asalto en vía pública, extorsión, fraude y homicidios. En determinadas zonas, la violencia se recrudece y parece incontenible, lo único que queda para millones es acogerse a la misericordia divina para vivir un día más.
El crimen contra estos sacerdotes, los padres Felipe Altamirano Carrillo y Óscar López Navarro, enlutan y conmueven a cualquiera con la sensibilidad para decir que esto debe acabar. México está herido y mientras la corrupción, impunidad y miseria sean pan de cada día, no lograremos ver la luz al final del túnel. Un presidente, aquél que inició la guerra contra el narco, dijo, de forma muy poética y hasta ridícula que “Mientras más oscura la noche, se ve próximo el amanecer”. Con esto quería presagiar el fin de las calamidades; sin embargo, después de su administración, la noche se ha convertido en un infierno donde más de 150 mil personas han perdido la vida a manos del crimen, producto de la violencia y donde más de 26 mil están desparecidos, no se sabe nada de ellos, ni rastro alguno.
Los responsables de la procuración de justicia y de seguridad ya exhiben el fracaso de las políticas públicas que prometían la paz a México. A poco más de un año de que concluya la presente administración, se vislumbra el fracaso de uno de los objetivos principales anunciados el 1 de diciembre de 2012 cuando la alternancia, después de doce años de gobiernos emanados del Partido Acción Nacional, anunció que se devolvería la paz y seguridad para todos los mexicanos para caminar en libertad y sin riesgos. Ahora, mientras se cargan las nubes para los próximos procesos electorales que llevarán a la designación del Presidente de la República 2018-2024, los mexicanos ya vivimos la tormenta sin fin. Tocó de nuevo a dos clérigos de la Iglesia. Y las autoridades, como es común en la mayoría de los casos, no llegarán al fondo para castigar a los asesinos o detener la maldad de los plagiarios.
Este es un llamado urgente. México está al borde del abismo.