Un testimonio sacerdotal, la unidad del pueblo y sus fiestas patrias



Guillermo Gazanini Espinoza / La crisis desatada a nivel mundial en la Iglesia católica impele a un serio examen para saber hasta dónde el papel del sacerdote se ha visto comprometido y cuál es su credibilidad, si es generador de confianza y factor de cohesión entre los cientos o quizá miles de comunidades y pequeñas parroquias las cuales no son noticia, pero aportan un grado de estabilidad necesario en el caminar de un barrio de ciudad o en un apartado pueblo lejano a núcleos urbanos importantes.

En una entrevista de 2009 hecha por RD.
el entonces subsecretario de la Congregación para el clero, el español Celso Morga Iruzubieta (1948), hoy arzobispo de Mérida-Badajoz
, señalaba una particularidad que llama la atención sobre el ministerio sacerdotal que, en muchos aspectos desde este lado de mundo (México) aún es visto como algo extraordinario y digno de reconocerse; sin embargo, poco a poco han permeado esas dificultades descritas por Morga Iruzubieta: “la inmensa mayoría de los sacerdotes siente la dificultad del tiempo y de la sociedad que nos toca vivir. No es fácil vivir el ministerio”.

No hay nada de heroico en ser sacerdote, pero “sí es particularmente difícil”, afirmaría el prelado. Y es cierto. En tiempos atrás era visto como signo de contradicción; hoy, el sacerdote vive los peores vendavales arremetiendo contra el símbolo preclaro de una institución.

Muchos son testigos de la labor incansable de sacerdotes buenos en el anonimato. No sabemos quiénes son, sobre sus padres o cuáles fueron sus anhelos y sueños de juventud. No quieren reflectores, ni mucho menos premios por su labor ministerial. Su trabajo pasa desapercibido y están presentes cuando menos lo pensamos, donde hay vacío, ellos procuran cubrir esa laguna llenándola con la gracia, la fe y esperanza.



Atienden a los pobres, dan de comer a los menesterosos, viven impecablemente en medio de muchísimas necesidades, son predicadores sabios y elocuentes, deponen el interés personal por el bienestar de los demás en zonas violentas, de inseguridad y peligro, se enfrentan a los poderosos y celebran a Cristo con la convicción de estar haciendo presente, todos los días, la promesa hecha por el Maestro (Mt 28,20)

En estos días de celebraciones en México, muchos sacerdotes viven con sus comunidades el sentimiento de orgullo y pertenencia a una nación. Uno de ellos llama la atención, es un párroco de Iztapalapa en Ciudad de México, el padre Adrián Huerta Mora, removido sorpresivamente de Antigua Basílica de Guadalupe en abril pasado.

Después de que sus superiores ordenaran su cambio, sin mediar mayor explicación, un artículo de este blog afirmó: Ahora, el padre Huerta Mora está en una humilde comunidad en Iztapalapa, zona difícil de la Arquidiócesis de México; sin embargo, como en sus destinos pastorales previos, el primero de ellos en la parroquia Cristo del Mar donde hizo en tan solo un año lo que dejó de hacerse en 25 y después en San Bernardino de Siena, Xochimilco, donde trabajó incansablemente por el bien de los pobres, el sacerdote de 49 años hará un extraordinario papel de fe, gestión y transformación de esta necesitada comunidad…,el pueblo de san Sebastián Tecoloxtitlán.

Quienes conocen ese barrio saben de la problemática de drogas e inestabilidad social. El contrapeso a esta delicada situación se amalgama en la parroquia como epicentro de las tradiciones de un pueblo transmitidas de generación en generación.

Huerta Mora se ha ido colando por las rendijas de la idiosincrasia del pueblo con la mejor de las fórmulas: el trabajo duro a pesar de las carencias. En un principio, se las vio negras para conseguir el sustento mínimo y salir adelante. Gracias a las colectas y limosnas del pueblo, rifas y quermeses, consigue lo necesario para devolver a los fieles lo que le han confiado. Apenas el 29 de agosto, el auxiliar de México, Mons. Jesús Antonio Lerma Nolasco, dio posesión canónica al presbítero quien ha sabido aplicar la creatividad para ganarse la confianza de un pueblo celoso de sus tradiciones y de su templo.

“Muéstrame tu fe con obras”. Esa parece la máxima consigna del padre Adrián quien no se amilanó ante el cambio tan drástico. Como pastor ha brindado apertura a las tradiciones del pueblo colaborando con las mayordomías. Sabe que caminar juntos implica el conocimiento de la cultura y escuchar a los sectores sociales que ahí son autoridad, no por imposición sino obedeciendo a sus prácticas transmitidas de generación en generación.

El templo comienza a tener una cara distinta, más alegre. Para celebrar el culto, el pueblo debe tener un lugar de acogida y fe viva. Como hizo en Antigua Basílica de Guadalupe, dedica esfuerzos superando cualquier expectativa. Ha reparado la estructura de la parroquia con impermeabilización general, adoquines mejorados para bien de los fieles, mobiliario desvencijado es sustituido para renovar lo deteriorado. Mientras otros lugares, barrios y templos siguen rogando por la ayuda oficial para reparar bardas y muros dañados por el sismo del año pasado, no quiso esperar auxilios que fluyen a cuentagotas y ha conseguido lo pertinente para arreglar lo que la naturaleza dañó y era amenaza para todos por su inestabilidad estructural. Era una parroquia abandonada, vieja, hoy quiere ser espacio de lozanía, digno y acogedor



No sólo las reparaciones se han dado al edificio material. El buen párroco sabe que el mejor cuidado debe darse a los templos vivos. Para la formación de los niños ha estructurado un plan de catequesis prácticamente gratuito donde libros y materiales son entregados a alumnos y catequistas sin costo alguno. Además, acompaña a los damnificados del sismo intercediendo para obtener lo necesario y elemental para ellos: Justicia.

El mejor reconocimiento vino del pueblo en las fiestas patrias. Por primera vez, el cura párroco fue invitado a dar el tradicional Grito cuando, en años anteriores, políticos de segunda, burócratas oportunistas y funcionarios menores cumplían con el cometido.

La parroquia fue lugar de fiesta. Desfiles y comparsas de la plaza cívica al atrio parroquial, jornadas culturales y artísticas organizados por el pueblo con sus propios recursos tuvieron su colofón con los honores a los símbolos patrios y el canto del himno nacional ejecutado con folclóricas marimbas. Al final, desde el balcón del templo parroquial, el cura llamó a todos repicando la campana, cosa inédita para los feligreses en esa noche de 15 de septiembre para repetir la arenga de Hidalgo en una edición que diferenció a los héroes de las festividades laicas de aquéllos quienes son corazón de la fe de ese barrio de Iztapalapa y del pueblo de México:

“Pueblo San Sebastián Tecoloxtitlán: ¡Vivan los Héroes que nos dieron Patria! ¡Viva Hidalgo! ¡Viva Morelos! ¡Viva Josefa Ortiz de Domínguez! ¡Viva la Independencia Nacional! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe! ¡Viva San Sebastián Mártir! ¡Viva el Pueblo San Sebastián Tecoloxtitlán! ¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México!”




Adrián Huerta Mora no ocultó su emoción por la singular deferencia. Cómo él mismo diría: “Es muy honroso para mí que un pueblo, por medio de sus representantes, me pida dar el Grito oficialmente. Apenas voy a cumplir cinco meses como párroco”. Sin embargo, cavila y rectifica. “No se trata de un reconocimiento para mí. Lo es para la Iglesia católica entera”.

A pesar de los escándalos que sacuden la integridad de la Iglesia, hay curas que son ejemplo de fidelidad y de realización de la vocación como don y misterio. Su testimonio no será noticia de ocho columnas cuando permanece perenne en el corazón de miles de fieles. Son sacerdotes alrededor del mundo que, como el padre Adrián, llevan en serio eso de ser pastores con olor a oveja.

Volver arriba