La Inmaculada: una relectura

La fiesta de la Inmaculada no se refiere ni a la sexualidad, ni a la virginidad, ni a la pureza sin mancha alguna. Esta prerrogativa de María, la madre de Jesús, se discutió, se elaboró y se definió en un tiempo en el que no se sabía lo que hoy sabemos con sobrada certeza sobre los orígenes de la humanidad y sobre todo lo que gira en torno a la idea del “pecado original”. Ocurre en esto algo que se puede comparar con lo que pasaba cuando la Iglesia condenó a Galileo. Hoy, la Iglesia no lo condenaría porque los conocimientos científicos no lo permiten. Pues algo parecido se puede (y se debe) decir de los orígenes de la humanidad y de la explicación que se le ha dado al llamado “pecado original”. Por eso, para ilustrar nuestra fe y nuestra devoción a María, resulta necesario hacer una re-lectura de lo que queremos decir cuando afirmamos que la Madre de Jesús fue “inmaculada”, es decir, “sin-mácula” o sea “sin-macha”.
1. El relato de Adán y Eva, que se cuenta en el capítulo 3 del Génesis, no es un relato histórico, sino que es un mito. Todos los pueblos y culturas antiguas crearon mitos para explicar hechos y fenómenos que no sabían explicar. De ahí, la mitología, que es determinante para entender la vida de los pueblos, de las culturas y de las religiones. El relato de Adán y Eva no pueder ser histórico porque, entre otras razones, es evidente que las serpientes nunca han hablado. Ese relato pretende dar razón de por qué existe el mal en el mundo. Y el mito nos viene a decir que la culpa del mal en el mundo no la tiene Dios (que quiso un paraíso para los humanos), sino que la tiene el hombre (Adán), que desobedeció el mandato divino. Es decir, el mito pretende exculpar a Dios culpando al hombre.
2. San Pablo interpretó el relato de Adán en clave de pecado, que afectó no sólo al primer hombre, sino a todos sus descendientes (Rom 5, 17-21). Esta doctrina fue profundizada mediante extrañas explicaciones, que, por ejemplo, en el caso de san Agustín, nos han dicho que el “pecado” de Adán se transmite de padres a hijos mediante la generación carnal. Por eso los teólogos enseñaron, durante siglos, que los niños, cuando vienen a este mundo, son engendrados de forma que empiezan a vivir ya manchados con el “pecado original”. Y ése es el pecado del que hay que “purificarlos” mediante el bautismo. Por eso los teólogos han enseñado también, durante siglos, que nos niños que se mueren sin ser bautizados, al morir con el pecado original, no pueden ir al cielo. Pero, como no son culpables de nada, tampoco pueden ir al infierno. Eso es lo que dio origen a que algunos se inventaran la existencia del limbo. Porque no había otro sitio a donde mandar a esas criaturas. Ahora, el papa ha dicho que lo del limbo no es verdad. ¡Menos mal!
3. En la Edad Media (hacia el s. XII), se empezó a decir que la madre de Jesús había sido liberada del pecado original, o sea que fue “in-maculada” desde el primer instante de su vida. Santo Tomás de Aquino, y con él toda la escuela tomista, se negó a aceptar la doctrina de la Inmaculada. Porque, si María no tuvo pecado alguno (ni el original), no habría necesitado redención alguna. Pero sabemos que la redención de Cristo es universal. En sana lógica teológica, Tomás de Aquino tenía razón. La discusiones y confrontaciones entre dominicos, por una parte, y franciscanos y jesuitas, por otra, fueron enormes. Hasta que el papa Pío IX, en 1854, zanjó la cuestión definiendo que “la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción” (Denz-Hün. 2803).
4. Pero esa definición necesita hoy una correcta interpretación. Porque lo que no podemos hacer es enseñar una teología que está en contradicción con descubrimientos y logros que hoy son admitidos por la comunidad científica mundial. Me explico: si se admite que toda la humanidad proviene de Adán y Eva, no hay más remedio que admitir la doctrina del monogenismo, cosa que hoy la ciencia mejor documentada y más segura no tolera. Entonces, ¿a quién le hacemos caso: a la ciencia o a los catecismos? Digamos, más bien, que, como en el caso de Galileo, la teología dio una explicación de los orígenes de la humanidad que no encaja con lo que los científicos han descubierto sobre esos orígenes de esa humanidad. Por tanto, en lugar de decir que los científicos mienten, aceptemos que los teólogos hablaron de un asunto sobre el que se pronunciaron sin tener todos los elementos de juicio que necesitaban para hablar de ello con competencia y fiabilidad. Si la teología fuera más humilde y hubiera aprendido a decir que se ha equivocado no pocas veces, con esa humildad habría hecho un bien enorme a la causa de Dios, de la religión y de la Iglesia.
5. Para demostrar que María, la Madre de Jesús, nunca tuvo pecado alguno (ni el original) se ha echado mano de lo que le dijo el ángel Gabriel al llamarla “llena de gracia” (Lc 1, 28). Pero esa afirmación no prueba nada. Porque, con más claridad que a María, se le califica a Esteban, en los Hechos de los Apóstoles, “lleno de gracia” (Hech 6, 8). Pero nadie ha dicho que el mártir Esteban fuera “inmaculado”. No se puede utilizar la Biblia como nos conviene y cuando nos conviene, para luego ocultar o ignorar lo que no nos interesa. La honradez teológico es básica para hacer una teología que merezca crédito y resulte fiable.
6. Entonces, ¿qué significado tiene para los creyentes el dogma de la Inmaculada? Significa, sin duda alguna, que María, la Madre de Jesús, fue una mujer extraordinariamente agraciada por Dios, privilegiada y de una calidad excepcional. Ella fue el cauce humano por el que Dios “se humanizó” y vino a este mundo “como uno de tantos” (Fil 2, 7). Cuando en esta vida vemos a una persona de enorme calidad solemos pensar y decir que debió tener una madre de mucha categoría. Para elogiar o insultar a una persona, elogiamos o insultamos a su madre. Es lo que hizo aquella mujer, de la que nos habla el evangelio de Lucas, cuando le dijo a Jesús gritando: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lc 11, 27). En la grandeza de Jesús, aquella mujer intuyó la enorme categoría de su madre. Eso es lo que tenemos que admirar, venerar e imitar con motivo de esta fiesta de la Inmaculada.
7. Por otra parte, esto es lo que mejor puede cuadrar con el significado que hoy podemos dar a la doctrina teológica del “pecado original”. El llamado pecado original no es “pecado” alguno, en el sentido en que hoy se entiende un pecado del que Dios nos tiene que perdonar. El “pecado original” no es sino el nombre teológico que se la ha puesto a la “limitación” que es inherente a la condición humana. Y, además de eso (y juntamente con eso), el “pecado original” indica también la “inclinación” al mal que todos llevamos a la sangre misma de nuestra vida. De ahí que, en toda mujer y en todo hombre, lo “humano” y lo “inhumano” estén fundidos en todo ser humano. Y de ahí también que, en última instancia, lo que viene a decirnos la fiesta de la Inmaculada es que el proyecto cristiano entraña, ante todo, la tarea incesante de hacernos cada día más humanos, superando y venciendo la inhumanidad que tanto deshumaniza esta vida y este mundo.
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