La belleza me habla de Dios

He sido siempre, desde muy niño, un muchacho sensible, muy sensible. Gracias a esto he disfrutado hasta el límite contemplando en el campo la belleza sublime del romero, del tomillo y de la jara florecida. Han llegado a emocionarme las peonías escondidas entre los arbustos de los montes manchegos y he llegado a llorar literalmente cuando mi padre degollaba a un cabrito para poder disponer de alimento en casa. Les cogía tanto cariño a aquellos cabritos tan pequeños e inocentes a los que yo había cuidado desde pequeños y a alguno lo había traído desde el monte donde su madre le había parido, que escuchar sus balidos, cuando mi padre los degollaba, me llenaba de terror y de rabia hasta el llanto.

Ser sensible es un don y una desgracia porque gozas hasta el límite con la belleza y la pequeñez de las cosas pero, a la vez, sufres hasta el extremo, cuando la desgracia se cierne sobre ellas.

Desde que era un niño he percibido que Dios andaba escondido entre la belleza de la naturaleza. Lo he percibido con mucha claridad. En una tierra seca y casi desértica como La Mancha, descubrir en la ladera de la sierra de "El Madroñal" una fuente de agua fresca y cristalina donde mis cabras bebían en el centro del día era una auténtica bendición que me hablaba sin medida de Dios. Tal vez por eso he cultivado con empeño, aunque siempre como un aficionado, las bellas artes, la literatura, la música, la pintura...

Creo que no hay belleza más grande que un amanecer !Y he contemplado tantos desde lo alto del monte! He disfrutado muchos pero ninguno ha sido igual. Dios, el artista divino, nos regala un amanecer distinto cada día por su amor infinito hacia sus hijos. No es extraño que san Francisco de Asís descubriera en la naturales el cauce más propicio para contemplar a Dios y sintiera que toda la naturaleza, aún siendo imperfecta como nosotros, es hermana. La hermana agua, el hermano sol, la hermana tierra, el hermano fuego...Somos de la misma hechura como sí hubiéramos sido cocidos en el mismo horno y del mismo barro, por eso, desde la fragilidad de lo que somos, nos rompemos fácilmente en forma de enfermedad, de limitación y, sobre todo, de pecado. También la naturaleza se rompe en forma de ciclón, de tsunami, de terremoto...! Y no entendemos estas realidades porque no acabamos de ver que Dios nos ha hecho libres en nuestra pequeñez, a nosotros y a la naturaleza, y nos resquebrajamos en nuestra condición de criaturas.

Hay leyes internas de las criaturas que Dios respeta porque, de lo contrario, rompería la libertad con la que han sido creadas. El tumor cerebral que yo he sufrido hace algún tiempo y que ha sido un punto de inflexión en mi vida no ha podido ser un deseo de Dios. Ha sido simple y llanamente consecuencia de la fragilidad humana de mi cuerpo y así sucede con tantos casos de cáncer, de accidentes de tráfico, de muertes prematuras, no son deseo de Dios sino fruto de una naturaleza imperfecta que sólo alcanzará su plenitud en el misterio insondable de Dios. "La creación entera está gimiendo con dolores de parto, esperando..." (Rom. 8,22) Un terremoto no es un castigo de Dios aunque cause estragos y muertes, es consecuencia de esas leyes internas de la naturaleza que Dios respeta para no convertirse en un dios "tapagujeros", entrometido y controlador. Si esos fenómenos naturales se ceban en los más pobres no es porque Dios lo haya dispuesto así sino porque el egoísmo humano impide a muchos seres humanos disponer de casas dignas y bien cimentadas que evitarían muchas muertes.

Por suerte estamos caminando a una reflexión cada vez más profunda sobre la necesidad de cuidar la integridad de la creación, hogar de la humanidad y reflejo del Dios amor que ha creado para nosotros este mundo tan maravilloso. Estamos empezando a reciclar, a no malgastar, a respetar el entorno natural, a educar a los niños en el respeto a la naturaleza. Un camino de esperanza se va abriendo camino. Un camino que ya no tiene retorno, por suerte.
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