Y el mundo, inexplicablemente, calla

"Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán"
Estamos asistiendo, perplejos, a una situación, cuanto menos sorprendente: Los cristianos son, en este momento, la confesión religiosa más perseguida en el mundo. Una persecución tan aguda y violenta de la que no teníamos constancia desde los tiempos de los emperadores romanos del principio de nuestra era: Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Diocleciano, Decio...
Una persecución que arrecia, sobre todo, en el mundo de mayoría musulmana. La situación de los cristianos en zonas de Etiopía, Afganistán, Siria o Sudán clama al cielo porque se están traspasando todas las fronteras de los tan cacareados derechos humanos, a los que la sociedad civilizada es tan sensible hoy; sobre todo si en la zona hay petróleo o intereses comerciales y políticos de interés.
Las organizaciones internacionales de Derechos humanos callan adormecidas como si no pasara nada. Y nos preguntamos de qué sirve, pues, una organización tan cara y poderosa como la ONU u otras equivalentes. Solamente la iglesia, en boca del papa Francisco y organizaciones independientes como Amnistía Internacional se atreven a denunciar estos genocidios que están conmoviendo al mundo entero: Decenas de cristianos quemados vivos en Sudán, asesinatos diarios de poblaciones enteras a manos del terrorista estado Islámico, ISIS. Y el mundo calla.
Un supuesto estado que es una amenaza real contra la libertad y los derechos humanos más elementales. Donde si una mujer enseña parte de su cuerpo, se la arrancan. Una gente que asesina y ejecuta en público para enseñar sus hazañas y crear terror; un estado que está detrás de los más crueles actos de terrorismo de los últimos tiempos; un estado que avanza y se hace fuerte-no se sabe bien quien lo arma y apoya- o no interesa saberlo porque nos pueden cerrar la manguera del petróleo- en algunos lugares de Siria donde los cristianos están siendo sometidos y masacrados, y así una larga lista de atrocidades que nos tienen sobrecogidos y a los que nos estamos acostumbrando ya, porque son noticia todos los días y se convierten en algo cotidiano sin interés. Y el mundo calla.
Parece que los valores que llevaron a Jesucristo a la cruz, siguen siendo puestos en entredicho y cuestionados hoy como nunca. Se quieren quitar los crucifijos de las escuelas porque lo que representa Jesucristo crucificado no parecen valores asumibles por nuestros jóvenes: sacrificio, solidaridad, amor extremo, ternura con los débiles... Y entonces hay que suprimir todo lo que recuerda a él, signos religiosos, procesiones de semana santa, cambiar los sacramentos en acontecimientos festivos laicos y, lo que es peor, empezar a ridiculizar todo esto que forma parte de las raíces más profundas de nuestro pueblo como las procesiones laicas en plan de burla y otras manifestaciones cómicas que, además, se llaman culturales y artísticas. Nos estamos deslizando por un camino peligroso que nos llevará a la sequía más pertinaz en valores humanos. Y esto sí que será una crisis devastadora. Porque los valores religiosos de nuestro pueblo no están cimentados en las nubes sino, precisamente, en los valores humanos; de ahí han surgido los derechos humanos de los que ahora presumimos en Europa y que han hecho posible las democracias modernas. Porque las democracias no han surgido de supuestos estados como el ISIS, sino de valores religiosos y humanos que, pasados por el tamiz necesario de la ilustración, han hecho de nuestra sociedad un lugar habitable y libre para todos. Y, a pesar de lo visto, el mundo calla.
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