A propósito de los homosexuales (Una historia)

Cuando yo me encontraba haciendo rehabilitación, después de mi grave operación, para aprender a caminar de nuevo y mantenerme en pie, en una clínica especializada, compartía las sesiones con otros enfermos, también afectados por alguna limitación física.
Fue allí donde conocí a Andrés, un joven administrativo, que había sufrido un problema muscular y acudía cada día, como yo, a recibir sus sesiones de rehabilitación. Compartíamos mucho tiempo juntos y llegamos a conocernos y a apreciarnos como amigos. Una mañana noté que Andrés llegaba entristecido a la sesión y le pregunté qué le sucedía. Me dijo que había sido padre por vez primera.
Yo le felicité efusivamente y pedí un aplauso a todos los asistentes para el nuevo papá. Pero Andrés lejos de alegrarse se entristecía cada vez más. No te comprendo, Andrés, le dije, ser padre es una magnífica noticia y veo que no lo celebras. Su respuesta me dejó el corazón helado: -No lo celebro porque mi hijo ha nacido sin un brazo. Confieso que sentí que caía sobre mí una losa de dolor y de preocupación por Andrés que me dejó descolocado durante toda la sesión. Antes de marcharme le dije a Andrés que yo quería conocer a aquel niño. Y al día siguiente su madre lo trajo a la clínica en su carrito para que yo lo conociera. Un niño precioso de ojos negros y grandes que me miraba con mucha curiosidad y que conquistó mi corazón desde el primer instante. Desde entonces mi relación con Raúl, que así se llama este niño, y con sus padres ha sido muy intensa y de profunda amistad. He bautizado a Raúl en su momento y no hay ni un solo año, en mis vacaciones, en que yo no me traslade hasta el lugar donde vive, para ver a mi pequeño Raúl y a sus papás, que están haciendo un esfuerzo muy grande, para que Raúl tenga las mejores posibilidades de valerse por sí mismo a pesar de su limitación física. Él ya tiene su brazo ortopédico y es una maravilla contemplar cómo se maneja.
Pero me preguntaréis qué tiene que ver el título de este post con esta historia de Saúl. Tiene que ver ¡ y mucho! En esos días precisamente salieron unas desafortunadas declaraciones de un conocido obispo de una diócesis muy cercana a Madrid, diciendo que “ser homosexual es como haber nacido sin un brazo”
Os confieso que me invadió un sentimiento profundo de desprecio hacia este obispo, por muy pastor de la iglesia que fuera, que me dura hasta hoy. ¿Cómo un obispo, que está llamado a ser padre y pastor, puede decir una barbaridad así y quedarse tan tranquilo? ¿En qué actitud o texto del evangelio se estaba inspirando para decir esa burrada? Ahora que el papa ha dicho que “la Iglesia no solo debe pedir perdón a las personas gays que ha ofendido, sino que debe pedir perdón también a los pobres, a las mujeres explotadas, a los niños explotados en el trabajo” etc. Pienso de nuevo en Raúl y vuelven a mí sentimientos de desprecio hacia aquel prelado que no ha sido capaz de pedir perdón ni ayer ni hoy, ni lo hará nunca porque está más preocupado de la ley que de las personas. Y si a él añadimos ciertas declaraciones de otros obispos españoles en la misma línea de rechazo y desprecio a la comunidad gay, que sólo generan reacciones negativas, me pregunto cuándo las palabras del papa comenzarán a ser tenidas en cuenta entre nosotros y cuándo meditarán el texto de la mujer pecadora en medio de todos los hombres dispuestos a condenarla y las palabras de Jesús: “Yo tampoco te condeno; se te perdona todo porque has amado mucho”
¿Cuándo entenderán que están llamados a acompañar y no a juzgar?
Llegará el tiempo en que aprendamos a aceptarnos como somos, al estilo de Jesús, y la condena dejará de ser el lenguaje propio de nuestros pastores para pasar a hablar desde la ternura y la misericordia, a las que nos está invitando el papa Francisco en todas las formas posible. Yo, al menos, sueño con eso. Por soñar que no quede.
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