Si quieres, puedes limpiarme.
Cuantas mujeres víctimas de abuso sexual quedan con la sensación corporal de estar "sucias, marcadas" por las asquerosas manos del agresor. Una y otra vez su cuerpo les repite "estas sucia" y quisieran con todas sus fuerzas "arrancar" su piel para dejar de sentir.
Cuantas mujeres víctimas de abuso sexual han sentido corporalmente la sensación de cargar con ellas un cartel en su frente que dice "he sido abusada" y se esconden, y esconden su rostro para que la gente no vea ese cartel y no siga abusando de ellas.
Cuántas mujeres han tenido que vivir en clandestinidad por el daño irreparable que le han hecho a su humanidad los agresores sexuales. Cuántas se han suicidado porque el peso del abuso es insoportable. Cuántas han vivido solas, aisladas de la sociedad por miedo a ser agredidas nuevamente.
Presentarse ante el Señor y decir "si quieres límpiame" es más complejo de lo que parece.
Qué implica "estar limpia".
¿Es acaso dejar de sentir corporalmente el abuso aunque este haya pasado hace muchos años? ¿Es acaso retirar de tu frente el cartel de víctima?
Pasar de víctimas a sobrevivientes implican muchas cosas más profundas que tocan su humanidad, su ser más profundo.
No se sabe cuántos años se puede pasar por terapia para poder por fin escuchar la tan anhelada frase de Jesús diciendo "Quiero, quedas limpia".
Y en ese "¡Quiero!" Van encerradas la tranquilidad de poder caminar por las calles sin culpa, con voz, esa voz que ya nadie podrá callar. Libres, libres de la inmundicia que las tenía atrapadas. Con la dignidad en alto; plenas, fuertes. Siendo simplemente ellas.