Cuenta un poeta místico del siglo XIII…

En un pueblo, había siete hombres ciegos que eran amigos, y ocupaban su tiempo en discutir sobre cosas que pasaban en el mundo.
Un día surgió el tema del “elefante”.
Ninguno había “visto” nunca un elefante,
Así que pidieron que les llevaran a uno para descubrir cómo era.
Uno tocó su costado, otro la cola, otro la trompa, otro la oreja, otro la pata… Después se reunieron para discutir sus impresiones.
Uno dijo: “un elefante es como una pared” (había tocado su costado).
“No, es como una cuerda”, dijo el que había tocado la cola.
“Estáis los dos equivocados” dijo el tercero, “es como una columna que sostiene un techo”.
“Es como una serpiente pitón” dijo el cuarto, que tocó la trompa.
“Es como una manta”, dijo por último el que había tocado la oreja.
Y así siguieron y siguieron discutiendo.
… Hay quien cuenta que discutieron tanto que dejaron de ser amigos.

¿Alguna vez nos ha pasado algo similar?
En ocasiones nos empeñamos en hacer y hacernos creer que nuestra verdad es la única sin dar opción de duda posible y menos aún, alargar la mano a quienes piensan diferente, costándonos más de la cuenta mantener ese talante de dialogo tan necesario en estos tiempos en los que el ego supera cualquier barrera.
¿No sería más fácil dejar a un lado los prejuicios que oscurecen nuestra mirada y aceptar esa diversidad de dones?
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