El Obispo de los pobres

Acabamos de conmemorar los 28 años de la muerte de Oscar Romero, denominado popularmente el Obispo de los pobres.

“Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
Bienaventurados los que tenéis hambre ahora porque seréis saciados” ( Lc 6,20)
“El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor y el que quiera ser el primero de entre vosotros, será esclavo vuestro” (Mt 20,25).

¡Cuantas personas mueren cada día a causa de guerras injustas, víctimas del hambre y la enfermedad provocadas por el saqueo de las riquezas de sus pueblos!... todo esto no le pasaba desapercibido, ¡cómo consentir vivir él en un palacio Arzobispal cuando su pueblo se estaba muriendo de hambre! Quiso vivir con un corazón abierto ante los más débiles, siendo consciente de cuál era su compromiso, luchando en todo momento por un mundo más humano. Sabía cuál era el riesgo que corría, como también lo sabía el mismo Jesús, pero no le importó ser uno de ellos, vivir entre ellos, luchar ante las injusticias de un pueblo que siempre ha sido maltratado por el llamado “primer mundo”. Así era su fe y así fue su compromiso ante el dolor y el grito de tantos pueblos que clamaban y claman sin cesar.

Jon Sobrino nos dice en uno de sus libros que fuera de los pobres no hay salvación y ¡qué verdad más grande! Es difícil llamarse cristiano cuando somos incapaces de adquirir un compromiso de solidaridad con el pobre. Todo compromiso sabemos que conlleva un riesgo, en este caso: correr el mismo que ellos, es decir, desaparecer, ser torturados o, en el peor de los casos, como le pasó a él, la muerte.

La verdad siempre devuelve la dignidad, algo esencial cuando se decide hacer este tipo de opciones, por lo tanto, la dignidad de los pueblos masacrados y golpeados, ha de ser nuestra propia dignidad, asumiendo junto a ellos sus problemas y angustias. Estoy segura de que Monseñor Romero nos confirmaría esto hoy día…
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