Pentecostés

Imagino que todos sabemos su significado “50 días, después de la Pascua”.En este día tan revelador no dejemos de pedir al Espíritu su luz y su fuerza. Que Él sea el dueño de nuestro corazón llenando esos vacíos que tenemos, ayudándonos a superar nuestra mediocridad.

Solemos llenar la vida de todo menos de Él. Nos sentimos desbordados por las preocupaciones cotidianas, por el trabajo, por todo lo que nos rodea sin ser capaces de ponerlo ante Él, de confiar en Él…

Vivimos habitados por el ruido, llegando a convertir nuestro interior en un pequeño “almacén” donde se va metiendo de todo, y, al final, tenemos tanto dentro que llega a caber de todo menos Él. Todo ello nos puede conducir a caer en la tentación de que ese ruido y ese trajín nos lleguen a resultar más confortables que el silencio sosegado. El motivo quizá sea porque en ese silencio escuchamos algo que no nos gusta escuchar de nosotros y es por eso, por lo que nos da miedo la soledad huyendo de ella.

Cuando dejamos a un lado la oración o el silencio no significa que queramos huir de Él, sino de nosotros mismos, de nuestro vacío y superficialidad, pero ¿quién podría entender esto sino Él? El Dios de nuestra alegría y ambigüedad. Él es lo mejor que tenemos porque es un Dios de pecadores, de gente sencilla. Siempre ha sido y será lo mejor, por eso, es necesario encontrar, en medio de la rutina, ese camino que nos lleve a Él.

Habitualmente somos propensos a dejarnos arrastrar por esas cosas y personas que, a simple vista, dan la impresión de ser más acogedoras que ese silencio que Él nos puede ofrecer…

En este día le pedimos que renueve nuestro corazón cansado y despierte en nosotros el deseo de comenzar de nuevo. Que no nos falte el aliento para seguir esperando contra toda esperanza. Que limpie nuestra indiferencia y egoísmo llenando nuestro vacío.

Nadie mejor que Él es conocedor de nuestras debilidades e inconstancias, por eso, pidámosle que no deje de guiarnos por tierra llana, llenándonos de Él, siendo capaces de compartirlo con los demás.

Sepamos mantener las puertas de la Iglesia abiertas al mundo. Avivemos el espíritu de apertura del Concilio Vaticano II, reflejado en la homilía de Pablo VI en la última sesión del Concilio (7 diciembre de 1965)

Espíritu Santo, que alientas la justicia y estableces la paz en la tierra,
Fortalece a todos los que luchan por la justicia y la paz,
Y danos esa paz que el mundo no nos puede dar. Amén.
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