Algo vivido y sentido personalmente…

“África” (nombre ficticio), tiene 10 años, vive en uno de los barrios más pobres de la República Dominicana, aunque ahora se encuentra en España.

En un momento determinado se me acerca para decirme que “su mamá había vivido mucho tiempo aquí”, pero los españoles no la habían tratado bien y sentía un dolor profundo en su corazón. (Con 10 años, África ya sabe lo que es sentir dolor y no un dolor cualquiera…).

Ella vive con su hermana, dos años más pequeña, al cuidado de su abuela en una pequeña chabola. Su padre las abandonó y su madre tuvo que emigrar buscando un trabajo que le permitiera poder sacar a sus pequeñas adelante, pero España no era esa ciudad soñada y maravillosa que ella imaginaba, como tantas personas que deciden venir en busca de un futuro mejor.

Al llegar aquí, fue engañada y cayó en una mafia de proxenetas. En su casa no sabían a qué se dedicaba, o mejor: a qué le obligaban a dedicarse… durante los primeros meses enviaba puntualmente algo de dinero que ayudaba a paliar los problemas. Pero un fatídico día, el dinero puntual dejó de llegar y no sólo el dinero, sino también las noticias… Después de algo más de dos años de silencio volvió a la República Dominicana y lo hizo cansada, sin dinero, alcoholizada y con sida, contando que había estado prisionera en un prostíbulo. Desde entonces lo único que hace es esperar el día de su muerte, emborrachándose, agotada y desesperada…

África nos culpa de lo que le ocurrió a su madre, pero su dolor sería aún mayor si supiese que el drama de su madre se sigue repitiendo constantemente sin que nadie lo impida.

La mirada limpia de una pequeña de 10 años pero a la vez dura, por las circunstancias de su vida, hicieron que me sintiera cómplice, aunque sólo sea por la pasividad e indiferencia de quienes habían abusado de una mujer que, dejándolo todo, cruzó el Atlántico con la esperanza de dar una mejor vida de la que ella había tenido a sus hijas.
Volver arriba